Crítica de 'Romería' (***): Carla Simón resuelve sus puzles íntimos con un golpe de audacia

Todas las cualidades que conocíamos del cine de Carla Simón están en esta película, desde el buen gusto por la expresión emocional de los espacios, de su luz y composición, hasta su fe en el sosiego narrativo, en la descripción sin aparente nervio de las costuras íntimas, la temperatura de sus personajes, especialmente el que le toca más de cerca, ella misma y sus edades. Y a esas cualidades, en 'Romería' le añade otra inesperada que es la audacia, la voluntad y riesgo de escapar de 'lo real', de salirse del, digamos, naturalismo y entrar en ese territorio sagrado de los sueños, las invenciones… que coincide con el último tercio de la película y que es, con mucho, con muchísimo, lo que la acerca a lo emocionante, lo poético, lo realmente conmovedor.

Carla Simón describe la llegada de Marina y construye dos relatos a un tiempo, la relación de ella con su familia, abuelos, tíos y primos, y también su relación con el pasado de sus padres, en parte apuntado en un diario de su madre que ella reinterpreta como un cuento de amor y felicidad. Toda esa parte de encuentro y digestión del pasado tiene la sensible epidermis del cine de Carla Simón, aunque cambia la luz y las texturas mediterráneas por ese otro azul más fuerte de lo atlántico, y el carácter de sus personajes, especialmente los abuelos (José Ángel Egido, Marina Troncoso), tiene esa dureza de la concha del crustáceo de la zona. Y esa porción primera de la historia sirve para intuir la personalidad y búsqueda de Marina y el vuelco que necesita para componer y aceptar los pliegues mal planchados de su pasado. Quizá el punto de inflexión esté en un sobre con un dinero que le escuece, pero que 'abona' su posibilidad de florecer.

El cambio de tono, mirada, trama y sentimiento le facilita a 'Romería' un gran salto en su interés e intención, y a su directora, el placer del experimento, del retoque, de buscarle 'magia' a su memoria, del reencuentro con sus padres fallecidos y mostrar imágenes que nadie más que ellos pudieron ver y sentir. Un cambio de narración y también de armonía y estética, con aroma de principio de los ochenta y el ambiente irreal (fantasmagórico) de lo que fue su historia, de lo que pudo haber sido y en lo que quedó atrapada y convertida.

El peso de la interpretación lo asume la debutante Llúcia García, y en los dos personajes que se buscan, madre e hija, y tiene fuerza, más visual que dramática, el rockero y actor Mitch Robles, aunque todo el equipo actoral participa de esa 'naturalidad' que busca Carla Simón.