¿Por qué es tan letal para la democracia de EEUU un Ejecutivo sin control del Legislativo?

En las antípodas de la discreta Presidencia formulada hace más de dos siglos, Trump pronunció en la noche del martes el discurso parlamentario más largo de la historia (100 minutos en total, que superan incluso los excesos orales de Bill Clinton). Una excepcional alocución ante todos los poderes de Estados Unidos: la Cámara de Representantes, el Senado, la cúpula judicial del Supremo, su gobierno en pleno (menos un ministro en reserva) y Elon Musk (con traje).

Las primeras seis semanas del retorno de Trump a la Casa Blanca han servido, además de generar daños muy difícilmente reparables, para poner en práctica la llamada «teoría ejecutiva unitaria», que con escasos méritos constitucionales aspira a maximizar el poder presidencial en detrimento del venerable sistema americano de controles y equilibrios. Con el agravante de que el Congreso incumple desde el primer minuto su principal obligación: el control del Ejecutivo.

Ante los abusos de poder que jalonan la revolución trumpiana del sentido común, empezando por el troleo de un tercer mandato presidencial, el Congreso no está haciendo nada para reafirmar que las instituciones y auditorías creadas por ley solamente pueden desmontarse por ley, no por un rotulador gordo. El Congreso también parece haber olvidado que ellos son los que tienen el poder presupuestario, y no la motosierra. Por no mencionar la confirmación de todos y cada uno de los cuestionables e incompetentes nominados para la cúpula del gobierno federal.

El Partido Republicano, que domina con ajustadas mayorías ambas Cámaras, se ha convertido en el perfecto «NPC» (non playable character, personaje no jugable en español). Esos personajes automatizados que habitan en el trasfondo de los videojuegos limitándose a hacer lo que se les dice.