El régimen de Putin bombardea Ucrania para dejarla sin electricidad
El terror ruso volvió a cebarse con Ucrania en el mayor bombardeo a larga distancia que se recuerda. Los objetivos eran, una vez más, civiles. El régimen de Vladimir Putin quiere imponer, por tercer año consecutivo, el frío y la oscuridad a millones de ucranianos machacando las centrales de generación de energía y las subestaciones de distribución. Lo mismo hace con los sistemas comunes de calefacción, una infraestructura básica para no morir congelado en el helador invierno ucraniano.
Es la manera que tiene el Kremlin de castigar la resistencia de un país que no se doblega a sus deseos imperiales, especialmente tras la ofensiva ucraniana en Kursk. Putin lleva intentando la misma estrategia (un plan del defenestrado general Sergei Surovikin) desde hace dos inviernos. Los rusos ya lo pusieron en marcha en Siria, pero en Ucrania las defensas antiaéreas, la ayuda europea y el trabajo de los equipos de conservación de la red eléctrica impidieron que Rusia se saliera con la suya, aunque se registran apagones habituales desde hace meses.
Este lunes, terminado ya el día de la Independencia de Ucrania (justo lo que combate el autócrata ruso) los militares de la Z lanzaron más de 10 misiles y más de 100 drones Shaheed de origen iraní durante al menos cinco horas de ataque por toda Ucrania (15 de las 24 regiones). En el centro de la capital, las explosiones llevaron a decenas de miles de kievitas a volver a refugiarse en el metro, rememorando imágenes de los ciudadanos londinenses durante los bombardeos masivos del Blitz de la aviación de Hitler en 1940. En aquellos tiempos, el ministro nazi de propaganda, el infame Doctor Goebbels, dijo: "Sólo los bombardeos harán entrar en razón a los británicos. No se puede hablar con ellos hasta que no se les hayan roto los dientes". El mensaje de los propagandistas rusos habituales de sus televisiones públicas no dista mucho de este.
El presidente ucraniano Volodimir Zelenski reclamó la ayuda de sus aliados europeos. "Podríamos hacer mucho más para proteger vidas si la aviación de nuestros vecinos europeos trabajara junto con nuestros F-16 y junto a nuestra defensa aérea", insistió el presidente ucraniano en redes sociales. Kiev no entiende que EEUU y sus cazas derriben misiles iraníes cuando atacan Israel pero no lo hagan cuando sucede en Ucrania. Polonia ha ofrecido sus baterías antiaéreas para derribar misiles que supongan una amenaza para su territorio y hagan blanco en el oeste de Ucrania, pero en Washington no lo tienen claro. Para justificarlo, el gobierno de Varsovia aseguró que uno de estos misiles rusos atravesó su espacio aéreo, que también lo es de la OTAN.
Los blancos elegidos por los aviones y los submarinos de Putin, que son los que lanzan estos terrores tecnológicos como son los misiles de crucero y los misiles balísticos) incluían la presa de Kiev, al norte de la capital ucraniana. Uno de estos artefactos impactó contra su central hidroeléctrica. Otros, como por ejemplo en la ciudad de Odesa o Lutsk, cayeron en edificios residenciales sin ningún interés militar o energético. En estos casos, el objetivo sigue siendo aterrorizar a la población.
De momento, la factura es de cuatro civiles muertos y decenas de heridos, pero serán más conforme vayan pasando las horas. Las aplicaciones de aviso de bombardeo, instaladas en los teléfonos de todos los ucranianos, no dejaron de llamar a la gente a que buscara refugio inmediato, algo difícil de asimilar en la Europa del siglo XXI, por mucho que llevemos dos años y medio de guerra.
Todos los cálculos occidentales sobre el arsenal de misiles rusos han fallado, porque ningún especialista esperaba que, a estas alturas de invasión, Moscú tuviera esa capacidad de lanzar ataques masivos cada poco tiempo. Sin duda, la capacidad de los almacenes de la Guerra Fría era mayor de la esperada, ya que la mayoría de este armamento es antiguo, poco fiable (algunos suelen caer en Rusia) y poco preciso (uno de ellos, que iba destinado a la presa de Kiev, cayó al agua en mitad del río Dnipro).
Este tipo de ataques son parte de la guerra asimétrica que inició el Kremlin contra Ucrania, cuyos aliados obligan a combatir a a Kiev con un brazo atado a la espalda. Ucrania tiene perfectamente identificados los aeródromos de los que parten los aviones que destruyen sus centrales y sus edificios, pero ni EEUU, ni Francia, ni Alemania, ni Reino Unido permiten atacarlos con el armamento entregado, lo que ofrece una gran ventaja a Moscú.
Kiev sí usa, en cambio, la nueva generación de drones explosivos creada por su propia industria, que ya alcanza a bases aéreas y refinerías rusas situadas a más de 1.000 kilómetros de distancia. Esta semana, varios aparatos rusos fueron destruidos en las pistas de Murmansk (Ártico), Volgogrado y, este mismo lunes, la base de Engels, de donde salen alguno de los bombardeos que lanzan estos misiles hacia Ucrania. Lo mismo puede decirse de las refinerías y tanques de combustible, columna vertebral de la economía rusa, atacados poco a poco por estos aparatos no tripulados cada vez más potentes y con más autonomía para adentrarse en la Rusia profunda.
Con su cinismo habitual, el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, aseguró que el ataque con misiles al hotel Safir de Kramatorsk este fin de semana (que acabó con la vida de un empleado británico de la agencia Reuters e hirió a otros dos) "aún no está claro" y negó que detrás estuviera Rusia, porque Moscú "nunca ataca objetivos civiles". La realidad es que a penas quedan hoteles en funcionamiento en las ciudades situadas cerca del frente porque el régimen de Putin los ha bombardeado casi todos, así como los restaurantes habituales de la prensa en esas zonas. Y hay miles de testigos.