Sánchez es el responsable
De acuerdo. Aceptemos barco. Supongamos que Sánchez le cortó la cabeza a José Luis Ábalos al conocer sus corruptelas y eligió a Santos Cerdán con su mejor intención para que limpiara lo que había hecho el exministro en el partido. Supongamos también que Sánchez ni siquiera olió que el navarro no solo no lo estaba haciendo sino que estaba entorpeciendo la investigación policial y judicial avisando a Koldo García de que la Guardia Civil le tenía en el punto de mira.
Creamos también que cuando salieron a la luz las primeras acusaciones de corrupción sobre Cerdán, por boca de Víctor de Aldama, seguidas de informaciones periodísticas durante los meses siguientes, el navarro se la volvió a colar al presidente del Gobierno. Y bien colada. Tanto que además de dar la orden de cerrar filas con Cerdán a Gobierno y partido, el propio Sánchez asumió su defensa en mayo en el Congreso. «Usted que no venía a insultar y se dedica a difamar a personas honestas», le espetó a Alberto Núñez Feijóo. Creamos incluso que el presidente de la cuarta economía de la Eurozona se enteró por la prensa el miércoles por la noche de que la UCO tenía audios que comprometían a su secretario de Organización.
Si creemos todo eso, tenemos que concluir que no solo fallaron Ábalos y Cerdán. Fallaron también todos los sistemas de control y vigilancia que tienen que existir en el Gobierno y el partido para que este tipo de cosas no pasen, y si pasan el líder sea el primero en enterarse. La responsabilidad directa es de Sánchez: confió en corruptos, se dejó engañar por ellos durante años y ni tuvo ni tiene controles para detectar qué pasa dentro de su partido. No puede gobernar el país quien no es capaz de gobernar ni su propio partido. Sánchez pidió perdón cuando lo que tenía que anunciar era su dimisión.