¿Y si América hubiera sido nazi? El mapa perdido en el que Hitler proyectó su invasión

Israel Viana

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Cuando se cumplieron 70 años del suicidio de Hitler, la editorial Berlin Story Verlag organizó la presentación de dos nuevos ensayos sobre la vida y el dramático final del dictador nazi en un búnker creado para la ocasión. Fue solo uno de los cientos de actos que se organizaron con motivo de este señalado aniversario, que incluyo la publicación de todo tipo de novelas y ensayos y el estreno de documentales y hasta películas de ficción.

Ahora que acerca el 80 aniversario, las editoriales volverán a sacar a la luz una nueva avalancha de libros que contarán, de nuevo, todos los detalles que rodearon la existencia del hombre que provocó la guerra más devastadora de la historia de la humanidad. Sin embargo, es probable que todos ellos se olviden del siguiente episodio que vamos a contarle en este reportaje y que refleja como ningún otro la ambición de líder nazi desde que accedió al poder en 1933 y, sobre todo, desde comenzó conflicto en 1945: su plan para invadir nada menos que el continente americano.

Todo comienza con un discurso de Franklin D. Roosevelt difundido el 27 de mayo de 1941, medio año antes de que los estadounidenses entraran en la Segunda Guerra Mundial. En él, el presidente declaraba que se acababa de producir una «emergencia nacional ilimitada». Y, a continuación, explicaba: «Me limito a repetir lo que ya está escrito en el libro nazi de la conquista del mundo. Ellos planean tratar a las naciones latinoamericanas tal como hoy tratan a los Balcanes. Y, luego, planean estrangular a Estados Unidos de América».

En aquel momento, los afanes expansionistas de la Alemania nazi no eran un misterio para nadie. Nada más alcanzar el poder, inició una profunda modificación de la política exterior que comenzó por la revisión del Tratado de Versalles. En 1936, con motivo de la Guerra Civil española, el 'Führer' empezó a intervenir en el extranjero, mandando a la Legión Cóndor en apoyo de las tropas de Franco. Esta acción le hizo alinearse con la Italia de Mussolini por primera vez. Nació así el Eje Roma-Berlín, al que poco después sucedió el Pacto Antikomintern con Japón.

América Latina

En un nuevo y decisivo paso adelante, Alemania vulneró el Tratado de Versalles y se anexionó Austria en marzo de 1938. El siguiente objetivo de Hitler fue Checoslovaquia, que invadió en marzo de 1939. Unos días después, el 23 del mismo mes, entró en la región lituana de Memel. El 1 de septiembre de 1939 se lanzó a por Polonia y dio comienzo la Segunda Guerra Mundial, a los que sumó Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia en mayo del año siguiente. Sin embargo, su teoría del Lebensraum, o suelo vital, en función de la cual debía invadir países por doquiera, no se limitaba a Europa.

Desde el comienzo del imperio nazi, América Latina había estado dentro de los cálculos de Hitler, entre otras cosas, debido a la cantidad de alemanes residentes allí. Por ese motivo, la organización política de los germanos en el exterior pasó a ser una tarea prioritaria a la hora de consolidar el partido. Fue tal el esfuerzo de tiempo y dinero realizado por el Tercer Reich para reclutar a colonos para que trabajaran en la causa del 'Führer', que Roosevelt se convenció de que los nazis querían dominar el mundo entero.

En octubre de 1941, cinco meses después del mencionado discurso, y unos días más tarde de que un grupo de submarinos alemanes hundiera a un buque estadounidense, el presidente Roosevelt subió aseguró en otro 'speech' que las amenazas eran mucho mayores de lo que había expuesto: «Estoy en posesión de un mapa secreto realizado en Alemania por el Gobierno de Hitler, por los planificadores del nuevo orden mundial. Es un mapa de Sudamérica y de parte de Centroamérica, tal como Hitler propone reorganizarlas».

A continuación agregaba: «Hoy, en esa área hay catorce países distintos. Sin embargo, los expertos geógrafos de Berlín han borrado inexorablemente todas las fronteras existentes, y han dividido Sudamérica en cinco estados vasallos, sometiendo todo el continente a su dominio. También han dispuesto que el territorio de uno de estos nuevos estados títeres incluya la República de Panamá y nuestra gran vía de comunicación, el canal. Ese es el plan. Nunca dejaré que se lleve a efecto».

El mapa

El mapa al que aludía Roosevelt, y al que se refieren los historiadores Jorge Camarasa y Carlos Basso Prieto en 'América nazi' (Aguilar, 2014), mostraba América Latina dividida en cinco territorios:

1. Argentina : que abarcaba también Uruguay, Paraguay y parte de Bolivia.

2. Chile : que absorbía Perú, Ecuador y el oeste de Bolivia.

3. 'Nueva España' : que fusionaba Colombia, Venezuela y Panamá.

4. Guyana : que permanecía intacta.

5. Brasil : que sumaba a su territorio actual el resto de Bolivia, incluida su capital, La Paz.

Según señala Tim Weiner en 'Enemigos: Una historia del FBI' (Debate, 2012), el mapa había sido entregado al jefe de la Oficina de Servicios Estratégicos norteamericana, William Donovan, por efectivos de la inteligencia británica. Estos aseguraban habérselo robado a un agente nazi en Río de Janeiro, pero en realidad lo habían falsificado para precipitar el ingreso de Estados Unidos en la guerra europea. La artimaña, sin embargo, permaneció en secreto durante décadas.

De poco sirvió que el Gobierno de Hitler negase la veracidad del documento, puesto que el 11 de diciembre de 1941, cuatro días después del ataque japonés a Pearl Harbor y la declaración de guerra de Estados Unidos contra el Imperio nipón, la Alemania nazi le declaró también la guerra a Estados Unidos. Hitler aseguró que había dado aquel paso en respuesta a una serie de provocaciones y pretextos por parte de Roosevelt para entrometerse en el conflicto cuando todavía eran oficialmente neutrales.

El mapa olvidado

El detalle del mapa cayó en el olvido a medida que avanzaba la guerra, hasta que el documento apareció entre los papeles del antiguo presidente estadounidense muchas décadas después y pudo ser examinado por el historiador Nick Cull, de la Universidad del Sur de California. La conclusión a la que llegó fue una auténtica sorpresa, ya no solo lo consideraba falso, sino que no había sido elaborado por los nazis, sino por los mismos aliados británicos. En concreto, por William Stephenson, un canadiense que colaboraba con ellos desde América del Norte.

Se cree que el plan inicial era dejarlo en algún lugar meticulosamente escogido para que el FBI lo descubriese, pero finalmente decidió entregárselo directamente al FBI asegurando haberlo encontrado en un registro en un almacén nazi. El objetivo era sacar a Estados Unidos de su neutralidad, y es probable que algo hubiera influido a la luz de los acontecimientos. En cualquier caso, Cull defiende que Roosevelt lo sospechaba. De hecho, en el manuscrito original del discurso de octubre de 1941, el presidente escribió «un mapa de indudable autenticidad», pero luego lo tachó y sustituyó esas palabras por «un mapa secreto».

Eso no implica que los alemanes no estuvieran trabajando en la organización de sus colonias en Latinoamérica, y que esos trabajos, naturalmente, habían comenzado en aquellos países donde las comunidades germanas tenían un mayor arraigo y un desarrollo más favorable. En 1937, de hecho, la filial en Chile del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) contaba con cerca de mil militantes; en Brasil, con 2.903, y en Argentina, con más de 1.500. Además, desde principio de los años 30, en todos los países del continente existían ligas juveniles alemanas, organizaciones de colegios alemanes e ingentes cantidades de dinero destinadas a la propaganda pro nazi.

Prueba de este arraigo que pudo confundir a Roosevelt es que, América del Sur se convirtió durante y después de la Segunda Guerra Mundial en el perfecto refugio para un siniestro grupo de personalidades nazis . Miles de científicos, técnicos, ideólogos, oficiales y burócratas que llegaron escapando de sus perseguidores y encontraron en este continente su «tierra prometida». También asesinos como Josef Mengele, Klaus Barbie, Adolf Eichmann, Whalter Rauff, Fritz Schwend, Herbert Cuckurs, Franz Stangl, Alfons Sassen y Hans Rudel, entre otros muchos, que se mudaron a ciudades importantes y comarcas rurales para escapar de la pena de muerte o la cadena perpetua.

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