¿Por qué la concordancia de la Casa Blanca y el Kremlin va mucho más allá de Ucrania?
Hubo un tiempo en que la afinidad con Moscú solamente afectaba a la izquierda. La progresía a ambas orillas del Atlántico siempre se las ingenió durante el siglo XX para excusar la dominación comunista y el totalitarismo soviético. Los más sectarios incluso llegaban hasta desdramatizar el estalinismo. En el siglo XXI, esa concordancia política ha cambiado de signo para terminar por sincronizar a las derechas efervescentes de Estados Unidos y Europa con el «ruscismo», entendido como la declinación rusa del fascismo. Del «eurasianismo» de Alexander Dugin a la «Ilustración oscura» de Curtis Yarvin ya no hay tanta distancia.
Alineados contra el wokismo, el gobalismo y el liberalismo, esta bacanal ideológica tiene, con diferencia, su manifestación más obscena en el caso de Ucrania. Para Trumputin, la universalidad no se refiere a los derechos humanos sino a la ley del más fuerte. Cuando se degrada la soberanía ucraniana a la categoría de simple «accidente geopolítico», por supuesto que Rusia tiene derecho a quedarse con todos los territorios conquistados, lo que debería incluir también a la Casa Blanca.
Mientras en Arabia Saudí se intenta imponer a Ucrania un Tratado de Versalles a la inversa, los tres años de la guerra iniciada por Putin están planteando un mundo mucho más inseguro y peligroso. La oportunidad única para reforzar la causa de la libertad y el avance de la democracia ha sido desperdiciada miserablemente a favor de las autocracias. En buena parte porque Occidente pensó que el conflicto era una crisis que había que gestionar y no una guerra que había que ganar.