Isabel Coixet, mención a su carrera en los Premios Efa: "Cuando empecé, ser mujer y joven era un 'handicap', ahora es una ventaja"

Nunca queda claro si un premio a la carrera (sea esto lo que sea ) es la apertura de un testamento o la celebración de una herencia. Probablemente ninguna de las dos cosas. O las dos a la vez. «Jamás miro hacia atrás. Me deprimiría mucho. Prefiero pensar que tengo todavía siete años, aunque al mismo tiempo sé que no los tengo», dice Isabel Coixet (Barcelona, 1960) a la vez completamente feliz y ligeramente abrumada por un premio que recibe el rumboso nombre de European Achievement in World Cinema Award (algo así como galardón al logro europeo en el cine mundial). «En cualquier caso, la realidad te pone en su sitio porque, pese a todo, sigues teniendo los mismos problemas de financiación de siempre para sacar adelante tus proyectos», continúa y, acto seguido, para que no parezca una pose, lo razona: «Al principio tienes problemas porque eres nueva y ahora los tienes porque tu experiencia hace que algunos productores desconfíen. Los hay que se sienten amenazados si demuestras que sabes más que ellos». Queda claro.

Sea como sea, el premio es suyo. Ya. Sin sorpresas y sin competir con nadie. «Eso tranquiliza», comenta. En un principio, la idea era que recibiera el honor en compañía de su admirada Vanessa Redgrave, señalada como la protagonista de honor de la velada que acoge la 36 edición de los Premios del Cine Europeo en la sala Arena de Berlín. No pudo ser. La coincidencia de una y otra tenía su particular y hasta oculto sentido. A Coixet le gusta recordar que la primera vez que el cine le impresionó hasta dejarla literalmente sin habla fue durante la proyección teóricamente contraindicada para su edad de entonces (solo era una niña, quizá la niña de siete años de antes) de Isadora, de Karel Reisz. «No entendí nada. Pero vi como la protagonista quemaba el certificado de boda de sus padres. Y tenía infinidad de amantes. Y era Vanessa Redgrave», rememora. No podrá ser por problemas de salud de la actriz. Pero el recuerdo ahí queda para siempre al lado quizá del sabor inconfundible de los caramelos Darlins que se vendían en el cine Texas en la calle Bailén de Barcelona donde su abuela era taquillera. El tiempo tiene estas cosas.

Pero no nos perdamos. Coixet llegó a un cine sin cuotas y sin más referentes de mujeres en la dirección que... «En verdad, yo me fijé más en la gente que empezaba conmigo que en nadie más. Pienso en Cédric Klapisch, en Francia, o en el estadounidense Hal Hartley. De mujeres directoras, mi única referencia entonces, cuando daba mis primeros pasos, y mucho después, cuando coincidí con ella como jurado en Cannes, fue y aún es Agnès Varda», dice, se toma un segundo y sigue: «De ella aprendí sobre todo cosas prácticas. Recuerdo que me dijo que me cuidara de ser propietaria de mis negativos. No lo hice y me arrepiento».

¿Y qué siente Coixet como referencia (cosas del tiempo también) de muchas de las directoras que hoy son responsables del cambio que vive el cine español. «Me parece bien, pero lo importante es no recrearse y seguir activa», afirma. A finales de los 80, cuando ella dio sus primeros con Demasiado viejo para morir joven, nadie reparaba en paridades ni porcentajes de género. «Cuando empecé», comenta, «ser mujer y ser joven eran sin duda un handicap. Ahora es una ventaja. Por lo menos a un cierto nivel. Sigue siendo un problema si lo que aspiras es a hacer una película de gran presupuesto que no sea ni Wonder Woman ni Barbie, pero para el resto es una ventaja sin duda. ¿Que si me hubiera gustado empezar ahora y no cuando lo hice? Sí, sin duda, habría sufrido mucho menos, pero te toca el tiempo que te toca. No hay otra ni sirve para nada lamentarse», concluye.

Sea como sea, fuera lamentaciones, Isabel Coixet puede presumir desde ya de su aportación europea al cine mundial. Es así. Dan fe de ello, además del premio de ahora mismo, cuatro participaciones en el Festival de Berlín con Mi vida sin mí, Elegy, Nadie quiere la noche y Elisa y Marcela; una en Cannes con Mapa de los sonidos de Tokio, y otra más en Venecia con La vida secreta de las palabras. Eso y hasta ocho Premios Goya de un total de 16 largometrajes. «La primera vez que visité un rodaje, con Pilar Miró, me impresionó lo mucho que se gritaba allí. Todo eran órdenes imperativas. Vi claro que yo no podía ser eso. Yo no soy así. Y así hasta que descubrí que lo importante es encontrar tu propio método, tu forma de hacer las cosas», dice. ¿Y cuál es ese sistema? «Creo en las aportaciones de todo el mundo. No me funciona atemorizar a los actores ni tampoco creo que haga falta hacer 79 tomas. No tengo miedo a las aportaciones del equipo ni de ir en contra de lo que tenía muy claro. ¿Qué es lo peor que te puede pasar? ¿Que tengas que rectificar?». Isabel empieza, dice, ahora. Con siete años recién cumplidos.