Sánchez e Illa abren la puerta del futuro Gobierno catalán a Puigdemont

El teatrillo sentimental que interpretó Pedro Sánchez el pasado fin de semana ya ha dado los primeros beneficios a los socialistas en la campaña electoral catalana, que es seguramente lo que buscó desde un primer momento el líder del PSOE: cambiar un guion del 12-M que no le era del todo favorable al PSC.

Andaba el candidato de los socialistas catalanes, Salvador Illa, algo mustio y preocupado por las consecuencias de la investigación del caso Koldo, tras sus comparecencias en el Senado y Congreso para explicar sus contactos como ministro de Sanidad con el (presunto) conseguidor socialista durante la pandemia, y porque ninguno de los sondeos publicados hasta la fecha apuntaban a que pudiera llegar a la cifra simbólica de los cuarenta escaños, que le daría fuerza y legitimidad para negociar un gobierno de coalición. Entre otras razones, porque un 40% de los votantes del PSC reconocen su descontento con el cambalache de la amnistía a los independentistas.

Pero fue acabar el psicodrama sanchista y reaparecer el presidente del Gobierno en la Feria de Abril de Barcelona, entre fritanga y reggeaton (que es lo que más suena) y los últimos nostálgicos del felipismo, para que el PSC se haya disparado en los sondeos y la suma de las fuerzas nacionalistas puedan no llegar a la mayoría absoluta.

Ante las críticas de la prensa internacional, que retratan a Sánchez como un frívolo adicto al poder, y el desconcierto que su espantá ha provocado en ciertos sectores del PSOE, que ya se preguntan si fue buena idea cimentar su hiperliderazgo, el presidente ha decido refugiarse en Cataluña, donde los bulos independentistas parecen no molestarle, y ejercer de candidato in pectore. Una maniobra posible solo porque Sánchez, previamente, se encargó de garantizarse que el actual PSC -un partido en teoría federado con el PSOE- sea el más sumiso con Ferraz de su historia y que su candidato Illa le deba tanto a Sánchez que no pueda permitirse ni un pero al líder.

Cataluña puede ofrecer a Sánchez uno de sus pocos buenos resultados en las urnas y convertirse, según espera Moncloa, en un punto de inflexión de cara a las elecciones europeas y reforzarle frente a ERC y Junts, reduciendo su dependencia de los independentistas en el Congreso.

El miércoles, antes de aparecer en la Feria de Abril y ser vitoreado en la caseta que han montado los socialistas catalanes -aunque, de camino, también escuchó algún reproche: «vete a Venezuela», «¿mañana te encerraras en Moncloa para descansar'»-, el presidente comió con Begoña Gómez, una de sus hijas e Illa en el tradicional restaurante 7 portes, como tantos, invadido desde hace tiempo por turistas de paella y sangría, y en vez de escoger algunos de sus discretos reservados prefirió una mesa normal para dejarse ver y, claro, explicar luego a la prensa amiga que había recibido un sinfín de mensajes de apoyos.

Tras esta jornada de paseíllo terapéutico por Cataluña, ayer Sánchez celebró su primer acto político, coincidiendo con el 145 aniversario del PSOE, junto a Illa, María Jesús Montero, y José Montilla, desde que anunciara que se quedaba. Un multitudinario mitin en Sant Boi, aquelarre de golpes en el pecho y adhesiones ciegas para escuchar el «Pedro, Pedro» que tanto le gusta al presidente, pero también para avalar lo que había dicho Illa horas antes: la posibilidad de un pacto postelectoral con Junts si estos «renuncian a la independencia» y, así, poder constituir así un «un Gobierno fuerte, estable y transversal». Una voluntad de acuerdo con el independentismo catalán que repite la mano tendida de Sánchez en el País Vasco al PNV y Bildu, y que contrasta con su rechazo sin condiciones a cualquier tipo de acuerdo con el PP, Vox y Cs.

Al abrir Illa la puerta a la materialización de la llamada sociovergència, la coalición del PSC con el pujolismo sociopolítico, este recuerda a la burguesía catalana que tiene en él al candidato perfecto: católico, educado, serio, formal y dispuesto a recuperar el lucrativo statu quo catalán, ecosistema favorable a las operaciones del 3% y más allá, que el procés daño.

Él de Illa es un mensaje, por un lado, dirigido a reconfortar a la oligarquía catalana, para que no dude de las intenciones del PSC y acabé apoyando al final a Junts, como pasó en Barcelona con la candidatura municipal de Xavier Trias. Y por otro, es un intento de distorsionar la campaña de Carles Puigdemont, el único que puede tener opciones de pelear la presidencia de la Generalitat a Illa y cuyo mensaje es el de presentarse como el referente independentista capaz de parar los pies a Sánchez, dado el evidente entreguismo de ERC.

Esparcir la sombra de un posible pacto entre socialistas y neoconvergentes, además, diluye la imagen que quiere trasmitir Puigdemont y puede frenar el flujo de voto independentista que está recibiendo. De ahí que el fugado, rápidamente, negara la posibilidad de un acuerdo con el PSC y acusara a Sánchez de querer gobernar Cataluña desde Moncloa como Mariano Rajoy hizo mediante el 155.