Llantos y conmoción en la Casa Blanca por el asesinato de Charlie Kirk

El presidente Donald Trump reunió a sus asesores en el Despacho Oval, siguiendo los detalles. «Rezad por él», dijo en sus cuentas de redes sociales a las 15:02. Desde ese momento, fue el presidente el encargado de comunicarle a la nación la evolución de Kirk.

Mientras, en otras oficinas de la Casa Blanca se veía a miembros del personal con los ojos enrojecidos, algunos todavía secándose las lágrimas, frente a pantallas que repetían sin pausa la noticia del tiroteo en Utah, una y otra vez.

Hace apenas unas semanas, a finales de mayo, estuvo Kirk en ese mismo Despacho Oval con Trump, una de tantas visitas, para acompañar al presidente en la toma de posesión de Jeanine Pirro como fiscal del distrito de la capital. Amigo personal, aliado hasta el final, su presencia era constante en la agenda de Trump.

El silencio se adueñó de la Casa Blanca. La agenda fue cancelada. Una cena que Trump tenía prevista fue pospuesta.

A las 16.40, Trump anunció la muerte de Kirk. Le habían disparado en el cuello, fue trasladado en un coche al hospital, pero llegó ya sin vida. El presidente aseguró que había sido «amado y admirado por todos, especialmente por mí».

La frase resumía el sentir general en una Casa Blanca que siempre contó con Kirk como un enlace directo con los jóvenes conservadores y un defensor incansable de la agenda presidencial. Era el mayor admirador de Trump, su gran embajador ante una juventud que había girado en las elecciones más recientes, harta de lo «woke», de la censura en las universidades y de la imposición de la agenda cultural de la izquierda, tal y como lo contaba Kirk.

El FBI pronto dio la información al presidente: un disparo en una multitud, un muerto, caos y una huida inmediata. Todo apuntaba a un acto de violencia política, similar al intento de asesinato de Trump en julio de 2024, un recuerdo muy presente en el Despacho Oval.

En los pasillos de la Casa Blanca se comentaba que Kirk no era solo un aliado estratégico, sino también un colaborador cercano, alguien que había trabajado codo a codo con el equipo presidencial. La conmoción fue evidente: funcionarios cabizbajos, asesores que apenas encontraban palabras y un silencio inusual que recorrió el edificio donde habitualmente reina la actividad frenética.

El vacío que deja Charlie Kirk es también personal para muchos de los que hoy ocupan cargos en el Gobierno. Su ausencia se sintió de inmediato en el lugar donde más se valoraba su lealtad: esta Casa Blanca que contaba con Kirk para defenderla en los asuntos más delicados, hasta la implicación de Trump en la lista de Jeffrey Epstein.

Al filo de las 18:00, las tres banderas en la Casa Blanca se bajaron a media asta, en una ceremonia sobria a la que solo asistieron periodistas. El perímetro, unos cientos de metros alrededor, fue desalojado por el Servicio Secreto como medida extra de seguridad.

El presidente emitió después una proclamación, un mensaje de condolencias que ordenaba duelo hasta el domingo a las 18:00, con las banderas a media asta en edificios federales y también en bases militares.