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Bidzina Ivanishvili, el millonario que controla Georgia junto a su estanque de tiburones
Todos los clichés que adornan Bidzina Ivanishvili se quedan cortos. El ciudadano más rico de la República de Georgia, es un tiburón de los negocios que en realidad vive con tiburones de verdad, a los que cuida en su lujoso estanque. Considerado el 'presidente en la sombra' por el control que ejerce sobre el partido gobernante, apenas aparece en público y contempla la capital desde una colina en su fortaleza neomodernista de vidrio y acero con helipuerto, con galería de arte y torres de vigilancia. Los medios lo etiquetan como "el hombre que se compró un país", y de hecho tiene una fortuna que equivale a una cuarta parte del PIB de Georgia.
También lo acusan de ser títere de Moscú. Y lo cierto es que Ivanishvili triunfó en la década de 1990 en Rusia, fundando bancos, empresas de telecomunicaciones y metalúrgicas: vendiendo teléfonos y ordenadores generó suficiente capital para formar uno de los primeros bancos privados del país. El caótico período posterior al colapso de la Unión Soviética fue el mejor de su vida, y ahora busca 'fosilizarse' en el poder lejos de esas aguas turbulentas de la metrópoli rusa, en el estuario de su pequeño país, pero bajo el paraguas de Moscú.
"Mis principales valores son la vida y la libertad", dijo a la revista Forbes en 2012, en una de sus escasas entrevistas. En ese libre albedrío se mueve del negocio al ocio en su fortaleza de las alturas. Lo mismo da de comer a las cabras de su palacio que cuelga su última adquisición pictórica. En las paredes de su oficina hay obras de Monet, Picasso y otros.
El Occidente pocos conocían el nombre y apellido de este georgiano misterioso hasta su victoria electoral de Ivanishvili en 2012, después de lo cual sirvió como primer ministro durante un año, un puesto que le resultó aburrido y prefirió gobernar desde la distancia.
Ivanishvili llegó al poder con el apoyo de Estados Unidos y la UE. Hace no tanto tiempo, en 2019, sus socios y asesores describían a Ivanishvili como un patriota que defiende los valores occidentales capaz de hacer escalar a Georgia en el ranking de países donde es más fácil hacer negocios del Foro Económico Mundial. Hoy es un hombre enfadado con Occidente, que ha hecho a su partido poner en marcha leyes inspiradas en las más famosas del régimen de Vladimir Putin —la normativa contra la propaganda LGTB y la legislación contra los 'agentes extranjeros'— y que amenaza con ilegalizar a la oposición tras las elecciones parlamentarias de mañana sábado.
Esta actitud, junto con una creciente retórica antioccidental desde Tiflis, ha llevado a Estados Unidos y la UE a suspender parte de la ayuda a Georgia y a que el bloque europeo congele la solicitud de adhesión del país. Pero su partido, Sueño Georgiano, tiene un control casi indiscutible sobre el gobierno y sobre parte de la población, que lo ve como un manager capaz de enderezar a esta nación, ansiosa de crecimiento económico.
En sus primeros años de gestión en la distancia de la cosa pública se consolidó con alardes populistas, afirmando que había donado "cerca de mil millones" de dólares, financiando personalmente desde carreteras hasta iglesias. La emblemática Catedral de la Santísima Trinidad de Tiflis le debe su adecentada apariencia.
Ahora está inmerso en una reforma mayor: el giro hacia Rusia, país con el que Georgia libró una corta y desastrosa guerra en 2008. Muchos georgianos han vuelto a revivir ese escarmiento ante la cruel invasión de Ucrania. Ivanishvili quiere otros doce años de mano firme a cambio de garantizarles, entre tiburones, que la guerra no volverá.
También lo acusan de ser títere de Moscú. Y lo cierto es que Ivanishvili triunfó en la década de 1990 en Rusia, fundando bancos, empresas de telecomunicaciones y metalúrgicas: vendiendo teléfonos y ordenadores generó suficiente capital para formar uno de los primeros bancos privados del país. El caótico período posterior al colapso de la Unión Soviética fue el mejor de su vida, y ahora busca 'fosilizarse' en el poder lejos de esas aguas turbulentas de la metrópoli rusa, en el estuario de su pequeño país, pero bajo el paraguas de Moscú.
"Mis principales valores son la vida y la libertad", dijo a la revista Forbes en 2012, en una de sus escasas entrevistas. En ese libre albedrío se mueve del negocio al ocio en su fortaleza de las alturas. Lo mismo da de comer a las cabras de su palacio que cuelga su última adquisición pictórica. En las paredes de su oficina hay obras de Monet, Picasso y otros.
El Occidente pocos conocían el nombre y apellido de este georgiano misterioso hasta su victoria electoral de Ivanishvili en 2012, después de lo cual sirvió como primer ministro durante un año, un puesto que le resultó aburrido y prefirió gobernar desde la distancia.
Ivanishvili llegó al poder con el apoyo de Estados Unidos y la UE. Hace no tanto tiempo, en 2019, sus socios y asesores describían a Ivanishvili como un patriota que defiende los valores occidentales capaz de hacer escalar a Georgia en el ranking de países donde es más fácil hacer negocios del Foro Económico Mundial. Hoy es un hombre enfadado con Occidente, que ha hecho a su partido poner en marcha leyes inspiradas en las más famosas del régimen de Vladimir Putin —la normativa contra la propaganda LGTB y la legislación contra los 'agentes extranjeros'— y que amenaza con ilegalizar a la oposición tras las elecciones parlamentarias de mañana sábado.
Esta actitud, junto con una creciente retórica antioccidental desde Tiflis, ha llevado a Estados Unidos y la UE a suspender parte de la ayuda a Georgia y a que el bloque europeo congele la solicitud de adhesión del país. Pero su partido, Sueño Georgiano, tiene un control casi indiscutible sobre el gobierno y sobre parte de la población, que lo ve como un manager capaz de enderezar a esta nación, ansiosa de crecimiento económico.
En sus primeros años de gestión en la distancia de la cosa pública se consolidó con alardes populistas, afirmando que había donado "cerca de mil millones" de dólares, financiando personalmente desde carreteras hasta iglesias. La emblemática Catedral de la Santísima Trinidad de Tiflis le debe su adecentada apariencia.
Ahora está inmerso en una reforma mayor: el giro hacia Rusia, país con el que Georgia libró una corta y desastrosa guerra en 2008. Muchos georgianos han vuelto a revivir ese escarmiento ante la cruel invasión de Ucrania. Ivanishvili quiere otros doce años de mano firme a cambio de garantizarles, entre tiburones, que la guerra no volverá.