Titánico esfuerzo de Román en una Famosa e inolvidable corrida con el Rey como testigo

Con un minuto de silencio, roto por los «¡vivas!» al Rey, una voz de «¡Pedro Sánchez es el culpable!» y suspiros de dolor, había arrancado la tarde después de la visita sorpresa de Felipe VI a Torrente para abrazar a los afectados por la riada. La trompeta de Vicente Ruiz 'El Soro' sonaba de fondo en esos sesenta segundos donde muchos eran incapaces de callar. Demasiado sufrimiento, demasiadas pérdidas, demasiada espera. También, entre susurros, algunos se acordaron de Mazón y de su familia. Solo el Rey volvía a esculpir en Valencia un monumento a la dignidad, al honor y al Estado. Y para el Monarca fueron los brindis de los primeros toros. «Su compromiso con España y con todo el pueblo valenciano ha sido un ejemplo; muchas gracias por estar, siempre lo necesitamos», le dijo Román. También Borja Jiménez le agradeció «todo lo que hace por España y cómo ha defendido a los valencianos en esta desgracia». Los tendidos, aparentemente llenos de expectación (la empresa tuvo el detalle de regalar 3.500 entradas a los afectados), se rompía las palmas.

Don Felipe presidió desde una barrera del 3 el mano a mano que se anunciaba el día grande de las Fallas, donde por fin la lluvia dio una tregua, aunque no el viento. Con furia sopló por momentos y complicó aún más las exigencias de una corrida de La Quinta encastada y con muchísimo que torear, con toros que pedían el carnet y que no perdonaban. O tal vez sí...

Velas a la Virgen de los Desamparados puede poner hoy Borja Jiménez. Solo un capote divino impidió que el segundo, Farolillo de nombre, no lo reventara contra las tablas y no le atravesara el corazón cuando lo prendió por los aires en segundos interminables. Por el pecho y por la espalda. Una escena de 'Tardes de soledad' sin el del Perú y con el de Espartinas. Fue en la hora final, tan dramática, tan espeluznante, de las que asustaron hasta al GEO más aguerrido. Porque cuando Jiménez se perfiló para matar, el toro quiso triturarlo. Hasta la enfermería se lo llevaron, mientras los aficionados esperaban noticias sin poder recuperar el aliento. Pasados unos minutos llegó el mensaje más alentador: no tenía cornada, aunque la paliza había sido terrible y apenas podía incorporarse. Aun así, Borja dijo que guardasen su lote para el final, que quería salir... Era imposible.

Tras el percance, el mano a mano se transformó en una encerrona para Román Collado. Esfuerzo titánico el del valenciano, con toros de todo tipo, pero con la casta siempre presente. Ni una sola 'babosa' salió, pues el conjunto de La Quinta tuvo muchísima tela que cortar. No hubo redondeces, pero el torero mostró un asiento y una firmeza para ensalzar, y más aún con la huella que deja en la memoria la cogida a un compañero... Román tiro para delante la tarde hecho un jabato, aunque a la corrida le colgaban más orejas.

El ejemplar del sexteto había caído en el lote de Jiménez. Un toro de categórica bravura, que emocionó en el tercio de varas de Puchano. Tuvo Román la generosidad de lucirlo desde los medios y la gente se puso en pie con el soberbio puyazo. Aplaudía toda la plaza, desde el Rey a los areneros. Sabedor de que en el serio trapío de Famoso se condensaba la excelencia, brindó a sus paisanos. Requería el santacoloma mando y suavidad a la vez. Román, en su derroche de ganas,se aceleró, pero su meritísima tarde ahí quedó. Entró el acero a la primera y cortó la oreja que le abría la puerta grande –ya había paseado otra en el complicado cuarto, donde dio una imagen superior, muy aplomado–. Con los honores de la vuelta al ruedo despidieron a Famoso –que era de dos–; en cambio, el sexto fue el garbanzo negro en una tarde de inolvidables emociones.