Adiós a Vitor Roque, el último fichaje inexplicable del Barça
El brasileño firma por Palmeiras tras su paso invisible por el equipo azulgrana, que pagó 30 millones al Athletico Paranaense
Neymar ha cumplido la profecía de Juan Carlos Unzué -«si continúas así, acabarás como Rondaldinho»- y ha tocado fondo como futbolista. Nadie lo quiere, ni siquiera los árabes, tan proclives a dejarse engañar por la chatarra de lo que algún día fue un ejército invencible. El jugador ha tomado conciencia de su situación y para tratar de revertirla ha fichado como primer paso por el Santos, con la idea de volver al Barcelona cuando consiga estar en forma y dar el último gran palo de su carrera. Esto se produciría, según sus cálculos, a finales de la presente temporada, de modo que estaría listo para fichar en junio y empezar ya de azulgrana el próximo curso. De momento nadie muestra un interés excesivo pero se va cociendo a fuego lento la jugada. Todo parecerá improbable hasta mayo, y entonces empezarán las filtraciones, las casualidades, las noticias cada vez menos aisladas, y el definitivo asalto, si nadie hace nada por evitarlo. ¿Quién podría hacerlo?
Flick ha dicho que no lo necesita pero el técnico alemán sabe que parte de su tranquilidad en el club se basa en no interferir sino adaptarse a las operaciones especiales de Laporta. De modo que lo que inicialmente resolvía Johan Cruyff, siendo a la vez entrenador y mánager, y luego el tándem Pep-Beguiristain, ahora está en manos del capricho presidencial, representado por Deco, otro genio de la creatividad transaccional, y ex comisionista habitual de Jan (por eso lo fichó de director de fútbol). Neymar sería un Lewandowski 2: el polaco también llegó al club de la mano de Zahavi, y bajo la propaganda de que venía gratis. De Neymar se está diciendo lo mismo, que «no tendremos que pagarle ni un euro al Santos». Lo que no se cuenta de Neymar es cuánto cobrará, del mismo modo que en su momento tampoco se explicó que un jugador de la edad de Lewandowski iba a cobrar 35 millones de euros -lo que nunca quiso pagarle el Bayern de Múnich-, el doble de los segundos que más cobran, que son Ansu Fati y Koundé, 14 millones de euros por temporada (otro despropósito, claro).
Tal como con Lewandowski hubo un millón de euros que se pagó «por error» y «se perdió» -según la versión del club- camino de una extraña cuenta entre maltesa y chipriota, nadie duda de la capacidad de Laporta para encontrar, de nuevo con Zahavi, la manera de que otro tanto se vuelva a perder por error camino de cualquier otro paraíso, esta vez a propósito de Neymar. Por eso decía que algunos cromos cambian, pero no todos.
El corazón del problema del Barça no es tanto un fichaje del presidente con finalidades extradeportivas, como su total ausencia de una política salarial clara. La estructura clásica de Cruyff (obreros que cobran poco; clase media bien pagada pero sin exagerar porque si se marchan hay otros; y los genios que comen aparte) no existe en un club en que la improvisación y lo que a cada momento convenga a Laporta son la única norma. Mateu Alemany y Jordi Cruyff intentaron poner orden pero el presidente nunca les dejó y por eso se marcharon. El actual debate sobre la renovación de Lamine Yamal, que sólo tiene 18 años y aún no ha ganado nada, está deformado por esta falta de visión y por el hecho de que el manager del chico es Jorge Mendes, el principal comisionista del presidente. Lo que sería sensato, un contrato progresivo de cinco años -lo máximo que permite la Liga- con el que el jugador empiece a ganar dinero de verdad cuando su talento cristalice y sea provechoso para el club, será sustituido por unas cifras exageradas, prematuras, con la excusa de que «nos lo podrían robar otros clubes», cuando todo el mundo sabe que entre Mendes y Laporta hay un acuerdo total para arreglar el nuevo contrato a su conveniencia, siendo secundarios los intereses del Barça y completamente irrelevantes los del pobre muchacho.