El ambiente empieza a cambiar

En un país normal todas las preguntas habrían ido por ahí: ¿Cómo se va a posicionar España ante estos hechos? ¿Está la UE en riesgo? ¿Y el euro? ¿Cómo vamos a reaccionar ante la ruptura de la OTAN por parte de Trump? ¿Qué opina el presidente? ¿Y el ministro de Exteriores? ¿Ha movilizado ya a la diplomacia para analizar escenarios? ¿En qué sentido? No pensarán marcar postura sin pedir permiso a las Cortes, ¿verdad? Que nos conocemos. ¿Y la ministra de Defensa: qué planes tiene para el Ejército? ¿Está preparada para movilizar tropas a Ucrania llegado el caso? ¿Y la ministra de Hacienda, de dónde va a sacar un incremento para la partida de defensa? ¿Va a subir impuestos, va a recortar gastos o tiene previsto acudir a deuda? Si es así, ¿a qué se va a destinar ese presupuesto en concreto y cómo se va a controlar que su uso sea el correcto, que ya sabemos que siempre les sale un Koldo? ¿Se está teniendo en cuenta esto en la negociación de los Presupuestos? ¿Lo ha negociado ya el PSOE con sus socios o va a sentarse de una vez con el PP para alcanzar un acuerdo de Estado? ¿Y el ministro de Economía, trabaja ya con un 'reforecast' a la baja para 2026 y, en su caso, tiene ideas para frenar la caída de las exportaciones?

Pues nada, claro. En lugar de eso, cuitas internas, deudas pendientes, navajitas plateás, referencias locales y ese aroma a fritanga que trae consigo el populismo en todas sus vertientes. Casi todo el debate giró en torno a la obligación de tributar por el salario mínimo, que puede parecer un regreso a las posturas ideológicas pero que, en realidad, era un anclaje a las posturas estratégicas. El PSOE, que en esto tiene razón, defendió que no se trata de subir un impuesto sino de no bajarlo, y que no se trata de recaudar más sino de no recaudar menos. El PP se alineó definitivamente con la extrema izquierda abrazando postulados asistencialistas de país subdesarrollado -quizá por eso Montero llamó Gamarra a Belarra- para intentar abrir una grieta. Sumar bajó de quinta a tercera para rebajar tensión y apaciguar los ánimos. (Vamos, que están negociando).

Junts insistió en que ellos quieren un SMI diferente -mayor- que el resto y para exigir por dos veces que se bajen impuestos a autónomos. (Vamos, que también están negociando. Y seguramente encareciendo su apoyo a los Presupuestos). Idéntica estrategia utilizó Podemos, que volvió a exigir un impuesto a la banca, marcando posición y mostrando que su apoyo es incompatible con el de Junts. (Vamos, que aquí están negociando todos y lo que vemos son indirectas, mensajes encriptados, bromas privadas y polvo de estrellas que oculta las explosiones).

El PP vuelve a dejar pasar otra oportunidad -salvedad expresa a Guillermo Mariscal, que estuvo a la altura- y muestra de nuevo que necesita un cambio en la manera en la que enfoca estas sesiones de control, que no sirven para desgastar al Gobierno sino a la oposición. Empieza a cambiar el ambiente y el 'momentum'. Si el PSOE logra presentarse ante la opinión pública como el garante de la ortodoxia fiscal, a la vez que como el motor del crecimiento económico y, para más narices, como el único dique firme frente al peligro de la pandilla Trump-Putin-Vox, el cambio que Génova da por hecho será solo un eterno retorno al 23-J, donde solo nos quedará la melancolía. Bueno, y París. Siempre nos quedará París.