La india Payal Kapadia sorprende en la recta final de Cannes por su deslumbrante y brutal sinceridad (****)
Hasta el final todo es Cannes. Y la película de una casi debutante (es su primer trabajo de ficción tras el soberbio documental 'A Night of Knowing Nothing') puede ser la producción del certamen en su tan modesta como deslumbrante apariencia. Hace años, 'La clase', de recientemente fallecido Laurent Cantet, se proyectó la última jornada cuando las quinielas llevaban ya días cerradas. Que si 'Il divo', de Paolo Sorrentino; que si 'Gomorra', de Matteo Garrone; que si el díptico 'Che', de Steven Soderbergh; que si 'Tres monos', de Nuri Bilge Ceylan... Fue una convocatoria para el recuerdo y, sin embargo, se antojó imposible resistirse a la gramática libre, herida y desesperadamente sincera de una película construida en el interior de un aula con los elementos más primarios. Que si las dudas, que si el amor, que si la fiebre, que el olor de la goma de borrar, que si la misma vida...
'All we imagine as light' (bella desde el título: Todo lo que imaginamos como luz) tiene algo de esas historias construidas más allá de los sentidos. Decía Borges que decía Blake que si la vista, el tacto o el oído no interfieran como lo hacen en nuestra relación con el mundo apreciaríamos las cosas como lo que son: infinitas. Miremos el mundo cuando los ojos ya no nos cieguen, sería el lema a seguir con aspecto de manifiesto. Y ése es, de algún modo, el juego que nos propone la india Payal Kapadia.
Se cuenta la historia de dos mujeres, enfermeras en un hospital en Mumbai, cada una de ellas atrapada en su propio laberinto. La primera no encuentra la forma de verse en la intimidad con su novio. La segunda ha olvidado al marido que tiempo atrás emigró a Alemania. Las dos provienen del sur del país, pero las separa un universo que tiene que ver con esa fractura que divide todas las sociedades del mundo, pero de forma mucho más gráfica, establecida y ritualizada a la India. Poco a poco, se conocerán, intercambiarán heridas y hasta compartirán un viaje juntas a un bosque cerca de la costa.
Se habla de deseo, se habla de pasión, se habla de un desencanto eterno, se habla de amor y, también, de emancipación, de mujeres que se reconocen, se levantan y se enfrentan a sus miedos. La película navega por la pantalla como un sueño con los ojos abiertos; siempre pendiente de lo que se muestra, pero muy atenta al otro lado. Es una película profundamente sensorial, pero que apunta a lo imperturbable, a lo eterno, a ese infinito que solo es capaz de apreciar con justeza la parte de atrás de los ojos, y de los oídos, y de todos los demás sentidos.
Llama la atención la sabiduría nada arrogante de una directora que ni teme ni huye el error; que siempre se propone desde el riesgo, pero sin exhibicionismo; siempre muy pendiente del movimiento de unas miradas que buscan otras miradas. En una de las últimas escenas, la enfermera salva a un ahogado en la playa y el resucitado se confunde con el esposo ausente. Y en el espacio entre la vigilia y el sueño, la pantalla se agranda hasta dar un significado nuevo a la emoción. Kapadia mancha la voz y el gesto claro de sus personajes de vida y, con una puesta en escena ligeramente abstracta, consigue que las emociones abandonen esa arbitrariedad accidental muy cerca de la anécdota que las persigue en demasiadas ocasiones para acercarse a algo mucho más noble, por infinito. Se nos está quedando una muy bonita y sorprendente Palma de Oro.
El naufragio de Gilles Lellouche
Y luego estuvo, por aquello de compensar, la que probablemente es desde ya la más rutinarias de cuantas han entrado en la competición. 'La amour ouf' (un juego de palabra con 'L'amour fou'), firmada por el actor y también director Gilles Lellouche, quiere ser una epopeya romántica de casi tres horas de duración en la que no falta nada y todo está por duplicado (como mínimo): dos eclipses de sol, dos finales alternativos, un número musical sorpresa que abulta como si fueran 30, más de un robo a mano armada (perdimos la cuenta), 67 peleas a puñetazos, un melodrama carcelario y otro escolar, y dos protagonistas, además de estrellas francesas: Adèle Exarchopoulos y François Civil. Es decir, salvo sentido de la medida, no falta de nada.
La cinta narra el amor entre un chaval de la calle muy perdido hijo de una familia muy desarraigada, y una chica algo menos de la calle y con un padre sin desarraigo alguno. Todo saltará por los aires cuando el crío se aficione a meterse en líos, cada vez más gordos, y acabe en la cárcel. Pasan los años, los niños ya no son tan niños y vuelta a empezar. El amor otra vez.
El problema, más allá de lo cargante de todo, es el raro empeño que demuestra la película en pretender originalidad a cada plano que ofrece sin conseguirlo ni una sola vez. Cada vez que se trata de decidir, siempre se opta por lo más protocolario, lo más obvio, lo ya visto. Y así, repetimos, durante tres horas de lo más cercano a un 'blockbuster' francés que vamos a ver este año.
La verdad es que la pareja 'All we imagine as light' y 'L'amour ouf' es la más rara y original que se ha visto en todo el festival. Por puro contraste. Lo que, en verdad, hace resaltar a las dos. 'All we imagine as light' es mejor gracias a todo lo torpe que es 'L'amour ouf'y 'L'amour ouf' puede que pase dentro de poco a ser un éxito de taquilla (o delito, según se mire) debido a lo buena que es 'All we imagine as light' . Ahora lo hemos entendido.