Lo que está haciendo Putin no es exactamente nuevo. Se supone que fueron los propios militares rusos los que inventaron la guerra híbrida para compensar su asimetría de poder. En esencia, se trata de actos agresivos pero que no llegan a causar víctimas mortales. Aunque de seguir así –con hostiles violaciones del espacio aéreo europeo, intentos de asesinato y el forzado cierre temporal de aeropuertos– es cuestión de tiempo que la llamada zona gris se convierta en una zona sangrienta.
El objetivo final de este conflicto alternativo no es otro que desestabilizar a Europa, forjar alianzas internacionales en búsqueda de un orden alternativo al de Occidente, e impulsar las ambiciones imperiales de Moscú en el campo de batalla de Ucrania.
Y por eso, la escalada en curso pone a prueba la voluntad colectiva de la UE, las defensas militares de la OTAN y el atlantismo que hasta ahora vinculaba la seguridad entre el viejo y el nuevo mundo. Según el exagente del MI6 Christopher Steele, lo que está haciendo Putin es como «un lobo rodeando a las ovejas». Está claro que el Kremlin no perdona la ayuda europea a Ucrania y se siente especialmente amenazado por el éxito de los extensos ataques de Kiev contra sus instalaciones energéticas. En su más reciente columna del 'Financial Times', Gideon Rachman ha planteado dos cuestiones fundamentales antes de responder y escalar. La primera es si la guerra híbrida debe considerarse una alternativa a la convencional «guerra cinética» convencional, o simplemente un preludio de ella. Y la segunda es si estas agresiones de Rusia contra Europa reflejan debilidad e incertidumbre, más que fuerza y determinación.