El Corpus Christi es la festividad del Cuerpo de Cristo presente en la Eucaristía. Es misterio, fe profunda, celebración litúrgica y manifestación viva que sale del templo a las calles y las llena de espiritualidad y belleza: la custodia admirable que se ofrece al mundo, adornados balcones, artísticos altares, la música que conmueve, el aire de incienso y aroma del romero que riega el suelo. La fiesta de Corpus es además expresión de la fraternidad más radical, la del Evangelio, la que recuerda que el Cuerpo de Cristo está también en los más pobres, en los que sufren y lloran, enfermos, abandonados o solos.
Por ello, el Corpus es también el Día de la Caridad porque «quien participa en la Eucaristía ha de empeñarse en construir la paz y denunciar las circunstancias que van contra la dignidad del hombre». Cáritas, como cada año, lanza su campaña con el lema «Mientras haya personas, hay esperanza», una invitación «a todas las personas de buena voluntad a ser embajadores y portadores de esperanza», tan necesaria en un contexto social que parece empeñarse en agotarla: pobreza estructural, agravamiento de las situaciones de exclusión y de la brecha económica, crisis de acceso a la vivienda, sinhogarismo incluso de familias, precariedad laboral, violencia machista, personas con estatus migratorio pendiente o irregular y niños y jóvenes que tienen minadas sus expectativas de futuro. En medio de esta injusta y sombría realidad, Cáritas abandera la buena noticia de la esperanza.
Es una llamada de exigencia al compromiso cristiano con los más vulnerables y una manera de proclamar y vivir que el dolor y la tristeza no tendrán la última palabra, que la esperanza prevalecerá si, social y personalmente, conmovidos ante el sufrimiento de otros, sin mirar hacia otro lado, se sabe romper, mediante gestos y acciones eficaces, con el individualismo inhumano y estéril, se es capaz de volver lo ajeno próximo, capaz de ser presencia de tiempo donado, que acompaña, escucha, tiende una mano de bondad y ternura, comparte generosamente con quien lo necesite, de manera gratuita, permanente y de todo corazón y se lanza, persuadido de que el amor todo lo trasforma, a restaurar el tesoro maltrecho de la dignidad de cada ser humano.