Los incendios forestales «extremos» como los de este verano se repetirán cada 15 años
Los incendios que han devastado España y Portugal durante este verano podrían convertirse en un fenómeno cada vez más frecuente: un estudio internacional de la organización medioambiental World Weather Attribution (WWA) concluye que, con el clima actual, las «condiciones extremas que impulsaron la propagación de las llamas podrían repetirse aproximadamente cada 15 años».
Solo en la península ibérica, las llamas acabaron con la vida de ocho personas y más de 640.000 hectáreas fueron arrasadas: 380.000 en España —el peor dato en tres décadas— y 260.000 en Portugal, según los últimos datos de EFFIS, el sistema europeo de vigilancia de los incendios forestales. Para hacerse una idea, los promedios anuales anteriores eran de 79.000 hectáreas en España y 96.000 en Portugal. Durante las dos primeras semanas de este agosto, la media anual se multiplicó por cinco en ambos países. A nivel europeo, el fuego consumió un millón de hectáreas, la cifra más alta desde que existen registros.
Condiciones de propagación «explosivas»
«El calor, la sequedad y el viento han creado condiciones de propagación explosivas», explica Theodore Keeping, investigador del Imperial College de Londres y autor del estudio. «Los incendios están alcanzando nuevos extremos en España y Portugal. Los bomberos trabajan en condiciones caóticas y con fuegos que se comportan de formas nunca vistas. Los incendios más intensos pueden generar su propio viento, alargando las llamas, provocando brotes explosivos e incendiando zonas a kilómetros de distancia con las pavesas. El cambio climático alimenta incendios más extremos, pero la adaptación no está a la altura».
El trabajo, que se ha realizado en un plazo muy breve y que analizó observaciones meteorológicas pero no modelos climáticos, apunta a que, dadas todas estas variables, las probabilidad de incendios este verano era 40 veces mayor en comparación con un clima preindustrial. No obstante, si el calentamiento global no afectara a la península ibérica, episodios de esta magnitud «solo sucederían una vez cada 500 años». A pesar de estas conclusiones, expertos como Eduardo Rojas Briales, profesor de la Universidad Politécnica de Valencia, prefieren llamar a la calma. «El estudio se ha realizado en un plazo corto y con una información y metodologías limitadas como se reconoce en el mismo. Es aconsejable ser más prudente con las aseveraciones relacionadas con el aumento de hasta 40 veces del riesgo de incendios o que incendios así solo tenían un periodo de retorno de 500 años hasta la aparición del cambio climático, ya que se enmascaran muchos factores. Obviamente el cambio climático comporta modificaciones que refuerzan el riesgo de grandes incendios, pero se sabe también de inmensos incendios en el pasado», explica Rojas en declaraciones al SMC.
Miedo por la desaparición de especies vulnerables
Más allá de los factores climáticos, el estudio de la WWA también señala que aspectos sociales y ambientales agravaron la tragedia, en concreto el abandono de tierras rurales, el envejecimiento de la población y la acumulación de combustible sin gestionar en bosques y cultivos. Ricardo Trigo, profesor de la Universidad de Lisboa y coautor del estudio, explica que el «noroeste de la península es especialmente vulnerable por sus veranos secos y cálidos, y el abandono rural ha permitido que la vegetación se acumule de manera peligrosa».
Por otro lado, el impacto ambiental ha sido severo: se han destruido hábitats de 395 especies vulnerables, incluyendo 770 hectáreas para la cigüeña negra, 1.750 para el oso pardo y 2.400 hectáreas críticas para el urogallo, el cual se teme que se haya extinguido por los incendios. También se han visto afectadas áreas protegidas como Picos de Europa o tramos del Camino de Santiago.
Riesgo de problemas respiratorios
A la pérdida de biodiversidad se suma el golpe a la calidad del aire. El humo de los incendios obligó a miles de personas a evacuar y generó alertas sanitarias por niveles de partículas peligrosas no solo en la península, sino también en países como Francia, Reino o Escandinavia. «Las consecuencias sobre la salud no se limitan a las zonas directamente afectadas por las llamas: la exposición al humo aumento el riesgo de problemas respiratorios, cardiovasculares y agrava dolencias crónicas», advierte Maja Vahlberg, asesora técnica del Centro del Clima de la Cruz Roja y la Media Luna Roja.
La magnitud de los incendios ha puesto al límite la capacidad de respuesta de los servicios de emergencia. España activó por primera vez el Mecanismo de Protección Civil de la Unión Europea, lo que permitió desplegar más de 5.000 militares y cientos de bomberos forestales, además de medios aéreos enviados desde nueve países. El propio presidente del Gobierno reconoció que se trataba del mayor operativo de extinción coordinado hasta la fecha por la UE. Portugal, por su parte, movilizó a más de 3.200 bomberos en un territorio montañoso y de difícil acceso, donde los vientos erráticos complicaron aún más la extinción.
Abandono rural
Los expertos coinciden en que, aunque los recursos de extinción son imprescindibles, no bastan por sí solos. Friederike Otto, climatóloga y cofundadora de la WWA, insiste en que es urgente abordar la prevención: «España está siendo golpeada con dureza por fenómenos extremos. Estos incendios llegan después de inundaciones devastadoras en Valencia y otro verano de calor implacable por encima de los 40ºC. Las muertes y los daños son evitables si se actúa con planificación. Es vital controlar la vegetación en áreas rurales, especialmente en tierras abandonadas».
Ese abandono rural, según subrayan varios investigadores, es uno de los factores más decisivos. Desde los años setenta, grandes zonas agrícolas y ganaderas quedaron desiertas por el éxodo hacia las ciudades, lo que ha permitido que se acumulen «combustibles finos» —matorral, hierbas, arbustos— que alimentan el fuego. La falta de una gestión forestal continuada agrava la situación. David García, investigador de la Universidad de Alicante, apunta que «la opinión pública se centra mucho en el abandono del campo, pero se habla mucho menos del papel del cambio climático, que como se ha demostrado, ha sido enorme».
El informe también alerta de que la frecuencia e intensidad de las olas de calor seguirá aumentando mientras no se reduzca el uso de combustibles fósiles. La última ola que azotó a la península, con más de dos semanas consecutivas de temperaturas extremas, habría sido prácticamente imposible sin la influencia humana: en un mundo sin calentamiento global, este tipo de episodios solo ocurrirían una vez cada 2.500 años. Hoy, con 1,3ºC más de temperatura media global, pueden repetirse cada 13 años.
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