‘Feud’: Truman Capote vs. su serie

Si Truman Capote siguiera vivo, podría haber denunciado a Ryan Murphy por la segunda temporada de Feud, no ante un tribunal civil o penal, sino ante un hipotético juzgado de lo narrativo. Hacía mucho tiempo que unos mimbres tan prometedores (un reparto de relumbrón interpretando a unos personajes fascinantes y un entorno con tantas posibilidades) no daban lugar a un resultado tan decepcionante. La factura es excelente, el presupuesto holgado y el elenco estupendo, ¿dónde está el problema? En el guion, en todas sus capas. Primero, en la estructura: vamos a asistir a la ruptura entre Capote y sus amigas después de que él revelara sus secretos en La côte basque, pero para entender la traición que supuso, existen dos alternativas: o desarrollarla antes de que llegue la puñalada o contarla en paralelo tras esta. Ninguna de las dos posibilidades sucede de manera efectiva, lo que va en detrimento de los conflictos que se apuntan (intimidad vs creación, misoginia, homofobia, conflicto de clases, etc.): no se rematan ni se ahonda en ellos. El dibujo de los personajes no es mejor: no conocemos a ninguna de esas señoras de la clase alta neoyorquina en profundidad, sus personalidades parecen circunscritas a nuestras ideas sobre las actrices que las interpretan. Un escritor que ambicionaba convertirse en el Proust americano nunca habría perdonado esa vaguedad, como tampoco habría aprobado unos diálogos que a menudo pecan de explicativos y de presentistas.