Asuntos internos

La cuarta parte del Gabinete –una vicepresidenta y cinco ministros– no sólo profesa una mal disimulada simpatía por Putin, fruto de un resabio antioccidental irredento, sino que ha rescatado la propuesta de salir de la OTAN como en los viejos tiempos de las marchas contra las bases americanas y del comunismo filosoviético. Y como los aliados continentales han torcido el gesto, nuestro inefable Pedro se ha limitado a despachar la cuestión como un banal «asunto interno», cosillas de adolescentes políticos a los que pastorea sin mayores problemas como sumisos corderos. Pero son ellos la causa de su empeño en dulcificar los conceptos de gasto militar, defensa o armamento con circunloquios como el de «salto tecnológico», «fortalecimiento de la paz» y otros eufemismos patéticos que recuerdan la infausta «desaceleración» de Zapatero ante una recesión de camello. Y les tiene tanto miedo que no se atreve a someter decisiones de trascendencia nacional al criterio del Parlamento.

En ese mismo contexto de rehuir compromisos en un momento en que la UE se apresta a un enorme esfuerzo defensivo, el jefe del Ejecutivo ha anunciado su tercera visita al líder chino. Un viaje tras el cual se atisba la mano de ZP, lobista de Pekín que usa su intensa influencia en el círculo de confianza del sanchismo para orientar la política exterior de España a su servicio. Eso ya son asuntos externos, que tampoco merecen explicaciones ante los representantes de una soberanía marginada en la discusión de sus intereses legítimos. Entre la colusión gubernamental con los negocios zapateristas en Asia e Hispanoamérica, la sumisión de Vox a Trump y los polizones putinianos del separatismo catalán y la extrema izquierda, cabe preguntarse quién está aquí involucrado en la construcción europea. El Partido Popular podría tener la respuesta si fuese capaz –que no lo es– de hacerla valer en Bruselas con la suficiente fuerza.