«No tenemos ni para cubrir las bajas de médicos, no entiendo que se quiera perder talento»
La sanidad privada augura un éxodo a sus centros de médicos del sistema público
«Es una buena paliza: en total paso diez u once horas yendo y viniendo, el doble de tiempo que trabajando, pero me compensa cien por cien. En Inglaterra puedes ganar hasta ocho veces más que en España», reconoce este odontólogo de 29 años con un máster en implantología avanzada. El resto de la semana se lo reparte entre una clínica en Boadilla del Monte y otra en Ciudad Real. Seguirá así «mientras el cuerpo aguante».
Como Guillermo, otros dentistas españoles, muchos con un perfil similar -alrededor de la treintena y sin cargas familiares-, hacen viajes relámpago a países como Inglaterra, Francia, Irlanda e incluso Emiratos Árabes. Viajan, hacen su trabajo uno, dos o tres días y se vuelven. En todos les pagan más que aquí. Por una jornada laboral en Londres, Guillermo recibe un fijo de 1.500 libras -al cambio, más de 1.700 euros, el sueldo mensual de muchos españoles-. En Madrid va a porcentaje y gana entre 200 y 300 euros diarios. «Cada vez veo a más compañeros muy preparados que hacen lo mismo que yo», afirma.
Uno de ellos es Pablo Grau. Tiene la misma edad que Guillermo y la misma especialidad. Desde hace un año y medio compagina su trabajo en tres clínicas de Madrid con el que lleva a cabo un par de días a la semana, dos veces al mes, en una localidad cercana a Canterbury, al este de Londres. Ambos se animaron a coger aviones al conocer la experiencia en la capital británica de un profesor. Aunque Grau se queda en un apartamento de alquiler, también le renta. Por un trabajo como el suyo, cuatro jornadas de siete horas cada una, un odontólogo cobra en Reino Unido entre 5.000 y 7.000 libras, lo que equivale a unos 6.000-8.300 euros, tres veces más que en España. Además, «trabajar en otro país es una experiencia nueva, conoces otra cultura y mejoras el idioma», explica.
Antes del Brexit, Gran Bretaña era el destino más solicitado por los odontólogos que quería trabajar en el extranjero, ya sea de forma esporádica o para establecerse, pero ahora el laberinto burocrático ha hecho que se opte más por Francia, Alemania o Italia. Sea cual sea la prolongación de la estancia, los candidatos deben cumplir una serie de requisitos que dependen de cada país. Grau pasó «un año con papeleos» para conseguir la visa de trabajo: se le solicitó un certificado de buena conducta, que expide el Consejo General de Dentistas en España, un certificado de penales, un reconocimiento europeo del título de dentista, aprobar un examen de inglés C1, un seguro de responsabilidad civil y colegiarse en el Reino Unido. «Como ya tenía el trabajo allí, fue más fácil sumar puntos para que me aceptaran la visa», comenta.
«Me levanto a las tres de la madrugada, viajo durante once horas y vuelvo a la medianoche, pero me compensa cien por cien»
Si en 2020 el Consejo General de Dentistas emitió 774 certificados de buena conducta (no distinguen entre los que se piden para vivir allí o para viajar puntualmente), en 2023 fueron más de mil. La razón es, principalmente, la precarización de la profesión en España. «Somos más de 41.000 dentistas y más de 2.000 nuevos egresados todos los años entre las universidades públicas y privadas. O instalas tu propia clínica o trabajas por cuenta ajena con salarios francamente bajos», explica Óscar Castro Reino, presidente de la corporación.
A su juicio, la idea implantada en el imaginario popular del dentista como un profesional con un sueldo envidiable, rico, un 'partidazo' -«tú que te mereces un príncipe, un dentista», que cantaba María Jiménez -, ha desaparecido en nuestro país. Lo achaca a «la apertura de tantas facultades de odontología. Si tienes el dinero para pagar una matrícula en una privada -la nota de corte es muy alta en la pública-, ya tienes tu título». A esto se suma la llegada de las grandes cadenas dentales, algunas 'low cost', con empleados a tiempo parcial.
Los más afectados son los profesionales más jóvenes, «que cobran a porcentaje 600 o 700 euros, muchas veces contratados como falsos autónomos, sin derecho a baja por enfermedad, vacaciones ni antigüedad en la empresa. Algunos viven en condiciones de pseudoesclavitud, con pautas de trabajo leoninas y retribuciones que en muchos casos no llegan para pagar la gasolina. ¿Quién puede independizarse así? La mitad de los nuevos egresados se quiere marchar porque aquí no ven futuro», añade Castro Reino.
Aunque España es el único país de Europa donde las especialidades en odontología no están reconocidas -en Reino Unido hay ocho-, y deben ser contratados como generalistas, los profesionales formados en nuestro país tienen «un nivel excelente», asegura el presidente del Consejo. Tanto, que «hay rivalidad entre los países por llevárselos y en algunos casos incluso les ofrecen facilidades como vivienda, gastos de desplazamiento o clases para aprender el idioma, además de condiciones económicas inmejorables: en Gran Bretaña, ofrecen 2.500 libras (3.000 euros) por empezar a trabajar sin experiencia laboral».
«Tenemos buena fama. Hacemos las cosas muy bien y además somos bastante trabajadores», presume Guillermo, formado, como Grau, en la Rey Juan Carlos de Madrid. «En una clínica en Londres en la que estuve anteriormente, de cinco odontólogos, cuatro eran españoles y otro era marroquí pero había estudiado en España», añade.
Si estos profesionales son requeridos por otros países no es solo por su gran competencia, también porque hacen falta. Si en España hay un dentista por 1.100 habitantes, en Reino Unido hay uno por cada 3.000. En España, funcionan más de una veintena de facultades de odontología (la mitad privadas) frente a las once británicas para una población un poco mayor.
«En Reino Unido se necesitan profesionales en todos los ámbitos de la sanidad: enfermeros, médicos, dentistas... No hay tantos especializados en lo que nosotros hacemos», dice Grau. Con todo, Castro Reino cree que esta situación se revertirá tarde o temprano cuando la oferta supere a la demanda.
En Reino Unido, los dentistas pueden trabajar en el National Health Service o NHS (el Servicio Nacional de Salud), cuestionado cada año por ser deficitario, con una enorme carga de trabajo y cuyos tratamientos acaban muchas veces en fracaso, o en el sistema privado, mucho mejor valorado por sus resultados pero también mucho más caro. «La ortodoncia se paga el doble o el tripe: una endodoncia, un tratamiento que generalmente se resuelve en una visita, cuesta entre 1.300 y 1.800 euros, de lo que el especialista se lleva la mitad. En España, te pueden pedir 200 euros, hasta 500 si es un especialista muy reconocido», apunta Marta Suárez.
Esta especialista en endodoncia, que estudió en la Universidad Internacional de Cataluña, viajó de Barcelona a Londres hace 16 años para realizar una estancia de investigación de tres meses en el Guy's Hospital, del King's College. Le ofrecieron cubrir una baja y se quedó definitivamente. «No tenía intención de hacerlo pero en España ya se habían implantado las franquicias dentales, las condiciones de trabajo eran peores y los tratamientos más baratos... no me compensaba volver», explica. Trabaja en nueve clínicas privadas -en seis de ellas tiene compañeros españoles-, de diez a dos, de lunes a jueves, unas condiciones laborales que, sabe, jamás tendría en España. Asentada en el centro de la ciudad y con cuatro hijos, no tiene ninguna intención de volver.
Tampoco le extraña en absoluto que se recurra a profesionales españoles. «Nuestra formación supera en calidad a la inglesa. No tenemos nada que envidiarles», asegura. Lo sabe de buena mano, ha dado clases durante once años en el King's College. De los que vienen y van dice: «A alguno le compensaría trabajar aquí un día y jugar al golf el resto de la semana».
Guillermo y Grau seguirán dándose madrugones para coger aviones todo el tiempo que puedan, algo que solo planean interrumpir en el futuro por cuestiones de conciliación familiar. Ambos tienen claro que no terminarán instalados definitivamente en Inglaterra. Lo de siempre: el clima, las pocas horas de luz, el estilo de vida... «No me movería por nada», confirma Guillermo.