¿Es posible el ocio sin alcohol?

Somos ejemplo de nuevas generaciones y el problema, aquí, se agrava: el cerebro adolescente es mucho más susceptible al daño que induce el alcohol, pudiendo producir déficits cognitivos a largo plazo.

Si pensamos en nuestros jóvenes, a las preguntas anteriores podríamos añadir: «No puede ser tan malo si mis padres beben y, además, es cuando mejor se lo pasan». Y aquí reside el mayor dilema: existe una asociación generalizada en la sociedad entre ocio y alcohol. Este último, presente en las celebraciones, en los momentos de risas, los ratos de desahogo… sin quererlo, transmitimos a nuestros jóvenes la idea de que ese es el camino, la solución para estar bien. No, el alcohol no es el responsable de que estemos bien en esas situaciones: relaciones sanas, actividad física, buenos amigos… podemos mostrarles que hay mucho más que el alcohol y que no compensa el riesgo.

Hace varias décadas, con gente fumando constantemente en restaurantes, coches e, incluso, clases, no creíamos posible que el tabaco desapareciera de los ambientes de ocio. Cierto es, no ha desaparecido, pero sí ha disminuido mucho su presencia. ¿Seremos capaces de hacer lo mismo con el alcohol?

Quizá los grandes cambios sociales no estén en nuestra mano, pero ¿por qué no empezar a trabajar en ello desde la familia? Es nuestro deber como sociedad fomentar en nuestros jóvenes planes de ocio alternativos. Sigamos protegiendo a nuestros hijos adolescentes, como lo hacíamos cuando eran pequeños, de uno de los mayores riesgos para su salud.