Audiard, Selena Gomez y la española Karla Sofía Gascón nos regalan un musical narcocorrido trans descomunal y claro candidato a la Palma de Oro (*****)
En su radicalidad, cualquier expresión artística aspira a ser solo música. Y no lo decimos nosotros, sino Schopenhauer, que hasta cuando se equivocaba tenía razón. La música es, en su ideario, la forma de expresar, sin objetivaciones de ningún tipo, la pura abstracción que es la Voluntad (es decir, el conocimiento puro, el noúmeno). Y no me miren así. Jacques Audiard, aunque francés, es capaz de leer el alemán y, ya puestos, de rodar en español. Y como resultado, su última película es un musical-narcocorrido-trans tan delicado como brutal, brillante en cada uno de sus gestos más oscuros e irresistible de puro disparatado. ¿Cómo se quedan?
Pocas películas como Emilia Pérez tan bien situadas justo en el borde, en el límite exacto entre lo uno y lo otro, entre lo sublime y lo extravagante, entre lo insignificante y lo desproporcionado. Entre, decíamos, la voluntad y la representación. Al malhumorado filósofo alemán le habría cambiado el ánimo sin dudarlo ante este feliz delirio. Jacques Audiard, siempre empeñado en no estarse quieto, propone ahora un musical, pero con la textura del melodrama, el ritmo del thriller y la aversión a las reglas de la comedia disparatada. Por momentos, recuerda a la exuberancia fútil de los alardes de Busby Berkeley, a ratos se camufla entre la gramática del polar francés clásico y, cuando quiere, cita hasta al propio Almodóvar. A todo se atreve, todo lo intenta. De tanto en tanto, se lleva un revolcón, pero se le pasa rápido. Es lo que tiene arrimarse. Puro mezcal fílmico que igual festeja el narcocorrido que se deshace en lágrimas abrazado a la mismísima Chavela.
Se cuenta la historia de Rita, una abogada que un buen día recibe una oferta extraña y muy inesperada. Quizá solo loca. El más temido de los jefes de los carteles de la droga le pide que le ayude a desaparecer detrás del sueño que persiguió desde la infancia: ser una mujer. La letrada es Zoe Saldaña en el papel de su vida. Selena Gomez se queda con el personaje de la mujer del mafioso, con todo lo que eso conlleva de desconcierto. Y, atentos, Karla Sofía Gascón, española de DNI, irrumpe en la pantalla como la mayor de las revelaciones. Descomunal, temible, tierna, turbadora y perfecta. Esa mirada no se olvida. De momento, es la primera película de la presente edición que se toma en serio lo de llevarse la Palma de Oro, pero lo que ya es un sí seguro, salvo que lo impidan los estatutos del certamen por aquello de no repetir película en los premios mayores, es la categoría de actriz.
Audiard que ha hecho de su cine una experiencia casi física y siempre a flor de piel capaz de acercarse por igual al wéstern (Los hermanos Sisters) que al relato apenas susurrado (París, Distrito 13), al drama a voz en grito (De latir, mi corazón se ha parado) que a la simple y pura fiebre (Un profeta o Dheepan), acepta y entiende que la mejor manera de acercarse a la realidad es prescindir de ella. Un musical, por definición, es mentira; un musical suspende el pacto con el espectador y somete el principio de verosimilitud a un bonito paréntesis. Y es entonces, lejos del suelo, cuando las pasiones surgen libres de referencias materiales solo pendientes del ruido que producen al rozarse, chocarse o ignorarse. Se trata, por extraño que parezca, de acariciar el noúmeno de antes, que, aunque así dicho suena fatal, da mucho gusto.
La película avanza de sorpresa en sorpresa, pero no tanto con ánimo de dejar sin respiración a la audiencia, que un poco sí, como simplemente de volar. Lo que importa en todo momento, aunque se hable de las mayores atrocidades mundanas, es no pisar tierra. Toda Emilia Pérez es una fábula no tanto feminista (que también, aunque del feminismo inclusivo, no del de la manifestación de antes de la manifestación) como gineceica (de gineceo). Y muy trans. En su violenta ingenuidad perfectamente consciente de sí, lo que propone es que quien cambia el cuerpo, cambia el alma. Y quien cambia el alma, cambia la sociedad. Por resumirlo mucho, J. K. Rowling no puede estar más en desacuerdo. Pero, por otro lado, los que hacen desaparecer gente en México o maltratan a su pareja son -no puede ser solo casualidad- hombres en su inmensa mayoría. A ver si vamos a estar delante de la solución definitiva y no la queremos ver.
Pero, cuidado, se trata de solo eso, de una fabulación. Cuando Manitas se transforme en Emilia sentirá la necesidad de ayudar, de buscar a todos aquellos que desaparecieron y muchos de ellos por su culpa cuando no era como ahora es. No hace falta que desenfundemos Twitter todavíao nos pongamos a dar a la tecla de comentar la noticia a lo loco. Audiard quiere provocar, pero todo a la vez. Quiere provocar el llanto, las risas, las medias sonrisas y la rabia (en cualesquiera de sus formas, que son casi infinitas). Y lo logra. Vaya que si lo logra.
Tanto es el deseo de todo del director que, por momentos, hasta se equivoca y lo hace contento. Es cierto que el acento español de Selena Gomez de puro extraño, descoloca; y es inevitable torcer el gesto ante algunas de las canciones compuestas por la cantante Camille y el arreglista Clément Ducol. Pero, decíamos, lo poco malo pasa pronto.
El dueto cantado entre la abogada y el cirujano israelí a media voz; los planos cenitales en la clínica hipermoderna de estética al estilo de las coreografías acuáticas de Esther Williams; el 'rapeado' de Saldaña en la cena de recaudación de fondos... Los hallazgos son tantos que no queda otra que bailar y festejar que el noúmeno está ahí, al alcance de la mano.
El regreso perfecto de Jia Zhang-Ke (****)
El que la jornada cerrara su sección oficial con Caught by the tides, el último trabajo del chino Jia Zhang-Ke, no hizo más que redondear lo ya redondo. También ésta, a su manera, es musical, pero una música profunda y desgarrada que se prolonga por el interior de una historia de amor de 20 años de duración y a través de la cual, como es norma en la filmografía del cineasta, se transparenta un país entero en transformación. Atrapados el uno en el otro, los amantes bailan, cantan y, llegado un momento, se separan. Lo que sigue es una búsqueda por todo el país, que también es huida. Zhang-Ke usa imágenes descartadas de películas anteriores y las teje con las actuales. El pasado es también presente. Y viceversa. La cinta avanza siempre con los mismo actores (Zhao Tao y Li Zhubin) por los que ha pasado un tiempo que no puede ser ficción. Es solamente tiempo puro. Arrebatada, sonámbula, lírica, carnal y memorable. Es eso y es el ruido de fondo de la misma vida.
Pura música.