Furiosa: de la saga Mad Max, el apocalipsis tiene pasado y el futuro es mujer (****)

Todas las continuaciones dan problemas. Cuando Cervantes se planteó dar la réplica a sus imitadores y se decidió a continuar las aventuras del Caballero Andante, antes ofreció al lector la posibilidad de dudar de todo, incluso de sí mismo y de su autoría. ¿Qué es más cierto: el brillo del sueño de los justicieros ajamelgados o el polvo áspero de La Mancha desolada? ¿Quién refleja a quién: la realidad a la ficción o al revés? Y ahí lo dejaba. En verdad, cuando el mito ocupa tanto espacio en la imaginación es ya propiedad de todos y cado uno de los lectores, incluidos los malos y más extravagantes imitadores.

'Furiosa: De la saga Mad Max', de George Miller, se puede leer de muchas maneras. Es la segunda entrega de la perfecta sinfonía del desorden que es su predecesora, 'Furia en la carretera'. Es una película sobre los orígenes de uno de los personajes más emblemáticos, salvajes y hasta oportunamente feminista que ha dado el cine reciente, Furiosa. Es el quinto episodio de unas guerras apocalípticas que, en su desproporción, han acabado por ser la perfecta metáfora de nosotros. Es también la última oportunidad, de momento, para seguir felizmente secuestrados por un mundo de artificio evocador, febril, terrorífico, divertido y absurdo (todo a la vez). Y es, sobre todo, ya una parte de la retina de cualquier espectador donde, como en el Quijote de antes, la autoría desaparece y la ficción se confunde con la más íntima realidad de cualquiera. Mad Max, el personaje, tiene mucho de Quijote (uno en La Mancha y otro en el Páramo, pero los dos con los que sufren), y 'Mad Max', las películas, también. Mad Max es el rugido ensordecedor de unos carburadores sucios que se confunde con el clamor del mismo cine. Y ahora Furiosa. Arrebatada, magnética, divertida y sucia, muy sucia.

'Furiosa' viaja al revés de la película de la que es justificación y espejo. Da un salto hacia atrás para contarnos de dónde viene el extraño personaje de Furiosa al que dio vida muy cerca de la perfección Charlize Theron en 2015. Es decir, dos años antes de que estallara el movimiento Metoo que tan ocupados nos tiene ahora mismo en Cannes. Esto último para que no nos perdamos. La idea es narrar lo que pasó cuando dejaron de pasar cosas. Recuérdese que en el apocalipsis sin recursos que plantea la saga se detuvo la historia y lo hizo hasta tal punto que hasta las películas que tienen lugar en él apenas disponen de narración. Ejemplo extremo es 'Furia en la carretera', que básicamente plantea un viaje de ida y vuelta algo más que solo minimalista al simple vacío.

Ahora, todo es más complejo, ordenado y, por supuesto, más consciente de sí. Miller sabe que ya no puede sorprendernos porque agotó todas las posibilidades de sorpresa con una película que es de principio a fin un único y extremadamente sorprendente alarido. En consecuencia, opta por organizar la cinta en capítulos (cinco) para trazar un mapa físico donde colocar la Ciudadela, comandada por el despiadado Immortan Joe, el criadero de balas y la ciudad de la gasolina. Pero también la idea es crear un mapa moral, llamémoslo así, para hurgar en la herida de su personaje principal. ¿Cómo es posible que Furiosa (ahora una soberbia y eléctrica Anya Taylor-Joy), la liberadora de las esposas, fuera antes lugarteniente del más villano de todos? ¿Cómo es posible que lo puro fuera antes impuro? ¿Dónde estás la heridas? ¿Dónde, la redención? Y es ahí donde entra el señor de la guerra Dementus (aquí, un desmedido y jovialmente estrafalario Chris Hemsworth).

Elsa Pataky, Chris Hemsworth, George Miller y Anya Taylor-Joy en la presentación de 'Furiosa' en Cannes.
Elsa Pataky, Chris Hemsworth, George Miller y Anya Taylor-Joy en la presentación de 'Furiosa' en Cannes.CHRISTOPHE SIMONAFP

Al contrario que en el episodio anterior (a la que más se parece en estructura esta película es la película de 1981), el director se preocupa en dibujar las tripas y motivaciones de los personajes por la sencilla razón que de eso se trata. Y justo es reconocer que la tensión avanza en oleadas y, por momentos, la película ofrece más explicaciones de las que nadie había solicitado nunca. Pero lo que cuenta es tanto la fiebre, que permanece intacta, como la sensación de reconocimiento. El mito que Miller empezó a diseñar en los 80 jugaba a ser una posibilidad no tanto lejana como eso, una posibilidad. Ahora, 45 años después, el mito es certeza, sin más, descripción de un universo compartido y, apurando, de la realidad misma que pisamos. En esta nueva y arrebata versión del Quijote, la pregunta sigue activa: ¿quién refleja a quién: la realidad a la ficción o al revés?

En definitiva, la intuición primigenia se mantiene: el cine se resume en una carrera. Hacia el Oeste, hacia el límite, hacia la aventura. Unos vaqueros atraviesan Monument Valley a caballo perseguidos por un grupo de comanches; un tren dibuja una línea de humo negro detrás del horizonte; una mujer sola se enfrenta a sus demonios y recupera intacta la amargura del protagonista de 'Centauros del desierto'. El Quijote, John Wayne, Mad Max y, por fin, Furiosa. Ahí queda eso. Y explota.