Djokovic logra el triunfo número 100 de su carrera

A pesar de este inicio de curso gris, aceptada la bajada de motivación, sigue siendo más capaz que sus éxitos pasados, más definitivo que rivales como Fucsovic, Arnaldi, Norrie, Hurkacz. Sonrisa recuperada en esta semana en la que ha reverdecido bajo el sol de Ginebra. Aunque sea una sonrisa a medias, que sabe que esto era un torneo menor ante jugadores que no querían arriesgar su presencia en el Grand Slam parisino. Pero es un título. Y es el cien. Que le quiten lo demás.

Estos meses, Djokovic asumía cierto descontento, tan altas las aspiraciones durante veinte años de trayectoria profesional que se quedaban cortas a sus propios ojos lo conseguido hasta el momento. «Al haber sido tan regular durante tantos años, las expectativas son grandes, pero estos dos últimos cursos las cosas han sido diferentes. Me ha costado jugar al nivel que deseo. Es un reto», confesaba tras perder en Indian Wells. Y volvía a repetir lo del 'reto' en Madrid, tras caer a la primera. «Es una realidad bastante nueva para mí: pensar en ganar uno o dos partidos, ya no en las finales. Es una sensación que no había tenido en veinte años de carrera, y es un reto mental afrontar estas salidas tempranas».

Puro espíritu competitivo, el reto era ese, precisamente: volver a ser él y, de paso, el título número 100, que lo sitúa a solo tres de Roger Federer y a nueve de Jimmy Connors, líder masculino. Ahí, en los retos, es donde Djokovic ha encontrado siempre la gasolina para levantarse, exigirse, demostrarse y demostrar que sigue aquí, con hambre, con tenis, con ambición. Que sigue siendo el mejor entre los mejores. Aunque asuma que el favoritimo en París no recae en sus manos. «Sé de lo que soy capaz, pero las cosas han cambiado en mis golpes y mis movimientos. A Roland Garros no llego como favorito, quizá eso ayude. no sé. Veremos». Nunca hay que descartarlo, son 24 Grand Slams como aval, y un buen puñado de récords con su nombre.

Vacía la vitrina de la ATP desde noviembre de 2023, con una, por otro lado, magnífica Copa de Maestros, centró todos sus esfuerzos de 2024 en París, pero no en Roland Garros, a donde llegó lastrado por una rodilla que lo dejó fuera del torneo en cuartos. No la iba a hincar, al contrario, pasó por el quirófano, se recuperó en tiempo récord y acudió a Wimbledon para alcanzar una final donde solo Alcaraz podía frenarlo. El serbio anhelaba ese otro Roland Garros apenas un mes más tarde, el de las banderas de todos los países, el de los aros olímpicos. Ahí donde había tropezado tantas veces (primera ronda en Río 2016, cuarto puesto en Tokio 2020), lloró de alegría por fin tras una lección maestra e impecable ante, precisamente, Carlos Alcaraz, para que el oro se le grabara en el pecho. La obra culmen de su vida deportiva. Con 37 años.

Quedó poco para el resto del curso, aunque todavía rozó el título en Shanghái, frenado en la final por Sinner. Y le costó reencontrar el rumbo en 2025. Una lesión en la semifinal de Australia en cuartos varió su hoja de ruta física y mental. No halló el rumbo en Doha, apeado en la primera ronda (Berrettini), ni en Indian Wells, apeado en la primera ronda (Van de Zandschulp). Hasta él desprendía cierto cansancio, cierta apatía, cierta confusión con cuál sería su motivación a partir de entonces. «Desde que gané los Juegos, he estado pensando en los cien títulos. En Shanghái estuve cerca y después he intentado encontrar el nivel de tenis necesario para luchar por otro gran trofeo y eso es lo que he estado haciendo», asumía en la previa de la final.

Ha pasado una de sus peores giras de tierra batida, pues no pasó del estreno en Montecarlo (el chileno Tabilo) ni tampoco en Madrid (Arnaldi), por eso recurrió a estos torneos intermedios que apenas pisaba en los últimos tiempos para volver a sentirse un poco él.

De vuelta a los laureles del presente, aunque con matices por la categoría y los rivales, de los que el serbio es muy consciente, lucen todavía más brillantes los del pasado, pues permanece en pie, después de tantos años exigido por un tenis técnico, táctico, mental, estratégico. Tan igualado con sus grandes rivales, Nadal y Federer, que cada cita era una partida de ajedrez, ganado el tablero por unos o por otro por apenas un par de movimientos aquí, otro allá. Y obligado después a retorcer lo que tenía para exprimir un poco más su calidad y frenar los ímpetus de los nuevos dueños del tenis. Ante potencia, inteligencia; ante saques a 225 kilómetros por hora, genialidad de ángulos, alturas y posiciones. Ante euforia desbordada, control, regularidad y precisión.

Desde el título de Amersfoort, en 2006, fue conquistando territorios, superficies, dificultades. Centenario en el global, pero con 24 Grand Slams (más que nadie en el circuito masculino), 41 Masters 1.000 (más que nadie en el circuito masculino), 15 ATP 500, 13 ATP 250, un oro olímpico, siete Copas de Maestros. 52 trofeos en pista rápida, su mejor escenario, pero también 21 en tierra batida, 19 en pista cubierta y 8 en hierba. Y sigue y sigue y sigue.

Camaleónico siempre, se destapó con un revés inmaculado, preciso, letal. Fue, sin prisa y con alguna zancadilla por el camino, desenvolviendo su potencial a la sombra del suizo y el español. Con un tenis de colmillo afilado, mordió el primer Grand Slam en 2008, un fogonazo de lo que sería capaz que tardó en repetirse. Faltó la consistencia de los primeros años, pero pronto ajustó la mirada hacia el sueño de aquel chaval de 7 años que golpeaba la pelota contra un muro bombardeado. Una carrera increíble y sin fecha de caducidad por el momento.

En 2016 descubrió que lo había ganado todo, pero no era el mejor. Y empujó la carrera por la perfección contra el suizo y el español, a quienes dejó atrás en 2023. Empatado con Margaret Court en la carrera por los Grand Slams, sabe que sus mejores tiempos quizá ya han pasado, pero que no ha dicho todavía la última palabra ni ha ejecutado todavía su último revés imposible, ni su último saque ilegible ni su última derecha mortal. Es Djokovic, este Djokovic de 38 años que sigue en pie, con los brazos en alto, con un trofeo entre las manos. El número 100. Para alivio, respiro y nuevo chute de energía a las puertas de París. El tenis lo sigue necesitando. Y Roland Garros lo espera con ganas.