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Baloncesto espectáculo fue lo que propuso un envalentonado Valencia en el inicio, con un Chris Jones en trance, un Anderson que volaba (le sacó la lengua a Tavares antes de acometer un mate salvaje) y un Ojeleye que incluso anotó un espectacular triple a tablero. Alucinaba La Fonteta con los suyos pero de la nada apareció Llull para hacer florecer el silencio, autor el escolta de nueve puntos en un visto y no visto.
Jugaban con convencimiento los locales, pero hace falta mucho más que eso para hacer temblar al Madrid. Deck estaba fino desde las esquinas y Poirier comenzaba a hacerse con el control de las zonas, mientras que los naranjas ya no anotaban con tanta regularidad, aunque su determinación sí era excelente.
De hecho, aceptaban la propuesta física de los blancos, la igualaban por momentos y los beneficios comenzaron a brotar, como una falta antideportiva de Poirier a Pradilla. Infracción que cometió segundos después Ojeleye sobre Deck y que elevó la fricción entre ambos bandos hasta una nueva cumbre. Tras una primera mitad de altísimo nivel y de mucha tensión, coronada por un triple de Hezonja, el Madrid mandaba por dos.
Rozaba la perfección el Valencia y era de nuevo el croata el que impedía que se fueran en el marcador. De hecho, un parcial de 8-0 impulsado por el alero devolvió al Madrid el mando del duelo, pero el buen hacer de Inglis, que estaba metiendo en serios problemas a Tavares con su disparo de media distancia, resucitó a los locales. Todo eran heroicidades, casi nadie fallaba y el último cuarto se antojaba antológico.
Sin embargo, la épica batalla quedó en segundo plano tras un feo gesto de la rodilla derecha de Gabi Deck, tras un choque con su compañero Yabusele y que tuvo que abandonar la cancha acompañado y con evidentes gestos de dolor. Peliagudo asunto para el Madrid, que en menos de dos semanas viajará a Berlín para disputar la Final Four de la Euroliga.
Tras la pausa, fue Justin Anderson el absoluto protagonista. Anotó dos triples, uno desde más de ocho metros, y cortocircuitó el ataque rival con una gran defensa sobre Campazzo, al que desafiaba en cada posesión con una cascada de gestos y miradas. Sus camaradas continuaron con el bombardeo desde la larga distancia, el porcentaje era irrisorio y Pradilla y Jones no tuvieron piedad.