De un coloso intratable llamado Ventura a la torerísima inspiración de Aguado

Sin embargo, los pilaricos de don Moisés Fraile fueron un desastre, con ese menguado poder. Un despropósito que se acrecentó cuando el de Talavante se partió una mano mientras el extremeño pedía parar la música. Un gesto que le honra, sabedor de que la faena no había alcanzado niveles para notas musicales ni que, lógicamente, lo iba a alcanzar. Con habilidad lo cazó a la primera. No se arregló el desaguisado cuando apareció el colorado tercero, un animal estrechote y sin remate, cuya lejanía de la fortaleza era evidente desde que asomó por chiqueros. A más fue su falta de apoyos. Resoplaba Pablo Aguado, conocedor de que allí nada había que rascar y que el único camino era coger la espada. Un mundo y parte del otro le costó descabellarlo.

Antes de la merienda únicamente había quedado el aroma ecuestre. Trepaban los aplausos a Ventura, que se empeñó en clavar un rejón de punta a punta. Y no paró hasta que lo consiguió a lomos de Guadalquivir. Qué bien embistió Ranitita en el capote, aunque luego le costaba arrancarse. Cuando lo hacía, apretaba, y ese pronto lo aprovechó Diego a dos pistas, llevando al de Guiomar muy ceñido sobre Quirico. Cuando apareció Lío, los amantes del rejoneo rememoraron aquel par al quiebro venteño nunca más visto. Y lo repitió, de otro modo, en otra distancia, en otro ruedo más pequeño. De extremo a extremo: el caballero, en el 5, con el mantón negro de Manila asomando; el toro, en el 1, entre las rayas. Y el jinete de La Puebla aguantando el parón, exponiendo. Ni el pinchazo frenó el trofeo.

El 'sheriff' del rejoneo

Precisamente un pinchazo le privó de los máximos trofeos en el cuarto. Porque aquella cumbre de Ventura era de rabo. Incontestable Diego, 'sheriff' del rejoneo, el hombre que levantó a caballo las grandes pasiones de la corrida mixta. Qué torerazo. Rozó la perfección desde que enceló de salida al de Guiomar con Chiado, una de sus jóvenes promesas. Porque Ventura va abriendo hueco a los que vienen arreando, a esos corceles con el sello de toreros. Faena de planteamiento magistral, a más, siempre a más. Cuando se presentó Nivaldo parecía que esa manera de torearlo y esos pares al quiebro serían imposibles de superar. Ilusos de nosotros: Quitasueños elevó la obra a dimensiones estratosféricas. Qué corazón bravo, qué modo de citar al toro a tres metros, frente a frente, para clavar un par inverosímil, con la batida pluscuamperfecta y de una bárbara exposición, dando todas la ventajas a Rumbita. ¿Algo más, caballero? El lienzo de Bronce mientras se hacía un arco, desafiando al toro con enorme valor en su terreno. Para quitarle la cabezada y recitar un par a dos manos que puso al público en pie. Marcha atrás, a lo Peralta, abandonó el redondel. Y sin dar tiempo ni a pestañear, ni a limpiarse el sudor, se marcó sobre Brillante tres cortas al violín. La explosión definitiva. Un gozo, una faena de rabo que se quedó en el doble trofeo por el acero, que no es precisamente un Winchester el de este 'sheriff'.

Tras aquella apoteosis regresamos a la deslucida flojera de los animales salmantinos. A la antigua la apertura de faena de Talavante con un Potrico muy 'esaorío' en el que optó por abreviar; sin sonrojarse, se salió de la suerte en la hora final.

  • Plaza de toros de Almería. Viernes, 29 de agosto de 2025. Último festejo. Más de tres cuartos de entrada. Dos toros de María Guiomar (1º y 4º) y cuatro de El Pilar (2º, 3º, 5º y 6º), mejores los de rejones; flojos y deslucidos los de lidia a pie.
  • Diego Ventura, de chaquetilla de terciopelo tabaco y zahones: pinchazo y rejón (oreja); pinchazo y rejón (dos orejas).
  • Alejandro Talavante, de nazareno y oro: estocada caída atravesada y dos descabellos (silencio); media en los bajos (silencio).
  • Pablo Aguado, de verde esperanza y oro: dos pinchazos, estocada y varios descabellos (silencio); estocada contraria hasta la bola (dos orejas).

Las esperanzas se desvanecían en el último. Pero Pablo Aguado, inspiradísimo en la tierra donde tanto wéstern se ha rodado, lo moldeó con empaque, sin prisa, como un pistolero que sabe que el duelo se gana con paciencia. Y paciente lo lidió hasta los medios en el saludo. Bellísimo el quite por delantales, muy ajustado, con esa media de compás que no necesitaba de otro remate. Qué manía del doble broche la de los toreros de hoy. «¿Para que rebozar algo tan natural?», se preguntaba María José, atenta a todo lo que sucedía en el ruedo. Dos filas más abajo, hasta una vocecita que aún llevaba pañales se desgañitó en ¡oooles! para Aguado mientras se inventaba aquella faena de musas despiertas. Y el torero que se dormía... Un deleite para los sentidos.

Gran estocada

No sería una faena redonda, pues aquel medio toro no estaba para redondeces, pero no se podía crear más con menos. El sevillano entendió a Jacobero con orden y concierto hasta exprimirlo con torerísimas fomas, de sabor y saber. Tras el mar de trincherazos en el desierto de la bravura, lo sostuvo a media altura –con un derechazo a cámara lenta, reunido y hasta la cadera– y fue restándole ese cabeceo con vertical torería. Con la exquisitez de unos naturales espléndidos, sintiéndose. Para paladear despacito. A pies juntos enseñoreó una zurda vazqueña. Ese era el pitón de Jacobero: encima del pilarico se tiró para enterrar un estoconazo que encendió la pañolada hasta las dos orejas. Qué