Europa y Estados Unidos: algunas consideraciones en tiempo de tribulación

El mundo asiste, estupefacto y preocupado, al desarrollo precipitado de los acontecimientos, preguntándose si el orden instituido en 1945 ha muerto, y si el vínculo transatlántico se ha roto irremediablemente. En medio de esta ceremonia de la confusión, conviene templar y hacer un ejercicio de análisis que separe hechos de especulación, intentando aclarar el panorama. Sin ánimo de ser exhaustivos, y asumiendo que todo es susceptible de cambio, tras lo visto, puede afirmarse lo siguiente:

Una cosa son las palabras, y otra diferente, los hechos. Nadie puede prever el futuro pero, lo cierto es que, a fecha de hoy, y pese a la áspera retórica de Donald Trump, el compromiso jurídico de Estados Unidos con la seguridad europea sigue vigente, y el poder militar -convencional y nuclear- de Norteamérica, continúa extendiendo su paraguas sobre el Viejo Continente. En sus declaraciones en Bruselas, el Secretario Hegseth comenzó diciendo que «Estados Unidos está comprometido con la construcción de una OTAN más fuerte y letal.» Eso no apunta, precisamente, a un abandono de Europa aunque, justo es reconocerlo, no es menos cierto que, sin llegar a ese punto, Estados Unidos puede vaciar la Alianza de contenido.

Disolver la OTAN no está en el interés geopolítico de Estados Unidos. Lo que Trump quiere -y en esto está cargado de razón- es que los países europeos abandonen el pacifismo naif que han practicado durante tantos años y asuman una mayor responsabilidad en la seguridad del continente, de modo que Washington pueda concentrar su esfuerzo en su principal problema estratégico: China. Por esta misma razón, el país se ve urgido a poner fin a una guerra que, en su opinión, Ucrania no puede ganar, y que está costando una ingente cantidad de dinero.

Como ha quedado constatado, Trump y una buena parte de su equipo desprecian a la actual Europa, a la que ven como un dechado de corrupción moral, carcomida por la inmigración masiva, e insignificante en lo militar. Nadie, hasta ahora, lo había expresado con tanta crudeza. Es doloroso, sin duda, saberlo, sobre todo cuando se piensa en los soldados europeos que han dado su vida junto con sus camaradas norteamericanos en una causa que se creía común. Conviene plantearse, sin embargo, con una sinceridad igualmente descarnada, si esa perspectiva tiene algún fundamento, y rectificar lo que proceda. El respeto no puede imponerse; debe ganarse.

La relación de Estados Unidos con Europa tiene un carácter instrumental. Es verdad que hay mucha Historia y muchos valores compartidos. Pero, Estados Unidos no ama a Europa per se: el interés de mantener una buena relación con el Viejo Continente está condicionado al superior de impedir que una potencia hostil -Rusia- llegue a controlar Eurasia y amenazar el control norteamericano de los mares que la rodean. Ante un dilema de seguridad o una oportunidad, Estados Unidos puede llegar a sacrificar Europa en aras de ese interés superior.

La visión realista que Trump está imponiendo en su relación con Rusia apunta a que Estados Unidos acepta la creación de una esfera de seguridad rusa en Eurasia, y allana el camino a una redefinición de la relación triangular China-Rusia-Estados Unidos en lo que podría ser, mutatis mutandi, una inversión del acercamiento a China ensayado por Nixon en los años setenta del siglo XX para equilibrar el poder soviético.

Si Estados Unidos abandona a Ucrania, Europa es incapaz de cubrir el vacío con una ayuda financiera y militar que permita a Kiev mantener la situación del frente, no digamos ya recuperar el terreno ocupado por Rusia y ganar la guerra. Es triste, pero es donde está Europa después de largos años de negligencia y descapitalización de la defensa. En estas circunstancias, lo mejor que puede hacer el continente es asumir su situación y aceptar el plan de paz que otros diseñen. Si ese plan requiere el despliegue de una fuerza militar robusta -impensable sin una significativa contribución militar norteamericana- para mantener la paz, habrá que aceptarlo.

El desapego norteamericano, llevado a sus últimas consecuencias, puede llegar a quebrar fatalmente el proyecto de construcción europea si los estados que componen la Unión Europea no ven satisfechas sus necesidades de seguridad y comienzan a procurársela individualmente. Un escenario de este tipo, posible, nos devolvería a la época del equilibrio de poder continental que se creía superada.

En el ámbito de lo estrictamente nacional, la actitud del presidente Trump aconseja prestar atención a la posibilidad de que Marruecos, seguro de estar más próximo que España a Estados Unidos, comience a mostrarse más asertivo en sus reivindicaciones sobre las ciudades de Ceuta y Melilla. Tal posibilidad no hace sino realzar la necesidad y urgencia de repensar al alza y cuanto antes el gasto en defensa.

Mucho ha cambiado el enfoque de la política internacional de Estados Unidos con la llegada de Trump a la Casa Blanca. A pesar de lo visto, sería erróneo dejarse llevar por el pánico y extraer conclusiones precipitadas sobre lo que se está viendo. La Ley Goldwater-Nichols de Reorganización del Departamento de Defensa (1986) emplaza al presidente a remitir anualmente al Congreso un documento sobre su visión de la seguridad. Ese documento -la Estrategia de Seguridad Nacional-, madurado en un proceso interagencias desarrollado en el Consejo de Seguridad Nacional, dará la medida de dónde está y hacia dónde va Trump en materia de seguridad. Hasta ese momento, procede prepararse para la tormenta, deseando que no descarguen los nubarrones.