Rasoulof, huido de Irán, aparece en Cannes y agiganta su leyenda de cine desde la resistencia (****)

Siempre es complicado juzgar la obra de un artista acosado. La condescendencia es, en el mejor de los sentidos, una alternativa de la tolerancia. Pero en su uso más común hace daño. Y duele no tanto por la posición de impostada y ridícula de superioridad que adopta el condescendiente, que también, como por el desprecio camuflado que lleva implícito hacia la víctima de tanta indulgencia. Programar en la competición de Cannes la obra de Mohammad Rasoulof, un hombre obligado a huir de su país por culpa de una condena a ocho años de prisión (que incluyen azotes y confiscación de bienes), la blinda de entrada contra cualquier crítica. Eso es lo que hace el juicio condescendiente. Por eso, hay que evitarlo, y, por eso, el sentido de lo que sigue no es otro que dejar claro que The Seed of the Sacred Fig (La semilla de una higuera sagrada), la última película de Rasoulof, es una obra mayor. Y lo es por su valentía, su gesto turbio y hasta su frontal brutalidad. Es, no lo duden, la película de un hombre libre.

Rasoulof, para situarnos, puede presumir de ser uno de los nombres más destacados de la cinematografía de Irán sin que ninguna de sus cintas haya sido estrenada en su país. En 2011, presentó en Cannes en la sección Un Certain Regard Goodbye, por la que recibió los premios a mejor película y mejor dirección. Ese mismo año fue sentenciado junto con su colega Jafar Panahi a seis años de prisión y una prohibición de realizar películas durante 20 años por presunta propaganda contra el régimen. Tiempo después, en 2020, obtendría el Oso de Oro por There is no evil, premio que tuvo que recoger su hija porque él estaba encarcelado. Su enfrentamiento al régimen de los ayatolás se recrudecería en 2022 cuando apoyó públicamente las manifestaciones que estallaron en Irán tras el derrumbe de un edificio donde murieron más de 40 personas.

Todo el párrafo anterior está, de una forma u otra, en la película. Se cuenta la historia de un juez de instrucción feliz en su puesto de funcionario, feliz en su conformismo, feliz con su familia a salvo de las tropelías del régimen que, en efecto, custodia y defiende. Así hasta que un día la pistola a la que tiene derecho por su puesto de trabajo desaparece de casa. Justo en ese instante, peligra todo. Peligra la confianza de sus jefes en él, peligra su carrera, peligra su posición y peligra su familia formada por su mujer, tan aparentemente acomodadiza como él, y sus dos hijas jóvenes. Peligro.

The Seed of the Sacred Fig está enteramente construida sobre la sospecha, sobre el miedo, sobre la indecencia. El director compone de manera magistral un thriller a puerta cerrada en el que lo que cuenta no es tanto lo que se ve como lo que está. Y esto último es la más acertada aproximación a un terror que todo lo filtra. De manera estratégica y siempre precisa, Rasoulof se las arregla para intercalar imágenes reales en su más rotunda ferocidad de un régimen que no atiende más que a su propio fanatismo. Y es ahí en la construcción pautada de una alegoría que, además, es testimonio fiel donde la película se agiganta hasta blindarse contra cualquier amago de condescendencia. Hemos llegado.

Cuenta Rasoulof que el origen de la historia surgió no en un momento preciso sino por la acumulación de todo lo visto, oído y padecido "de años de enfrentamiento con los servicios secretos y los de seguridad". Cuenta también que la noticia de su condena de los ocho años de prisión y azotes le llegó durante la cuarta semana de rodaje y que la angustia se apoderó de él y del equipo hasta el punto que nunca supieron si terminarían el trabajo. Rasouluf sabe perfectamente que el terror en Irán "lo filtra todo, los medios de comunicación, la calle y las mentes". Tuvo que transferir lo rodado al extranjero, cambió los planes de rodaje, huyó a pie por la frontera a un país vecino del que no puede decir el nombre y, cuando por fin llegó a Alemania, entonces anunció que había huido. Y dicho esto, reflexiona: "Son los individuos los que permiten la supervivencia del régimen. Y ahí hay una responsabilidad". Y dicho esto, añade: "La religión en Irán es una ideología política... La religión islámica ha tomado como rehenes a los iraníes".

Y así. De esto, de la carne en primera persona de Rasoulof y de todas las iraníes que se niegan a llevar velo y de todos los que se niegan a obedecer, de todos los que simplemente se niegan, va The Seed of the Sacred Fig.

Bien es cierto, fuera condescendencias, que el último acto de una película que alcanza casi las tres horas no aguanta, por su ligera arbitrariedad, comparación con la perfección de todo lo que viene antes. En su empeño legítimo de resolver de la más espectacular de las maneras, 'he Seed of the Sacred Fig'pierde algo de pulso. En cualquier caso, queda una obra tan rigurosamente cabal y dura que, sí o sí, marcará historia dentro de las historias del Festival de Cannes.

La apuntamos como candidata a la Palma de Oro al lado de Emilia Pérez, el narcomusical estratosférico de Jacques Audiard; Anora, el mejor homenaje que nunca ha hecho nadie a nuestro Jess Franco firmado por Sean Baker, y All we imagine as light, la epopeya lírica firmada por Payal Kapadia.

Michel Hazanavicius y el actor francés Serge Hazanavicius.
Michel Hazanavicius y el actor francés Serge Hazanavicius.CHRISTOPHE SIMONAFP

La animación que emociona (****)

Y por último, y por aquello del final, 'La plus précieuse des marchandises' (La más preciosa de las mercancías), de Michel Hazanavicius, se antoja un cierre perfecto para esta edición de Cannes. Sin condescendencias. Sobre la novela de Jean-Claude Grumberg, el director por siempre de 'The artist' insiste en esa pregunta que nos perseguirá en todo lo que dure la humanidad: ¿Es acaso representable el horror del Holocausto? Y aquí siempre el testimonio de Claude Lanzmann el primero: Ninguna imagen de la Shoah puede hacer justicia jamás con el significado profundo de su atrocidad, con aquello que lo hizo posible.

Hazanavicius, a su manera, le da la razón. La animación permite mostrar sin señalar, describir sin que la urgencia y dureza de lo real contamine la mirada. La película cuenta la historia de una niña arrojada por su padre desde el tren que le conduce al campo de exterminio. Una leñadora recogerá a la criatura. Lo que sigue es una pantalla casi permanentemente en blanco. Por el frío, por la nieve, por el horror. Es eso y un trazo grácil, se diría que amable, que antes que ocultar o maquillar nada cumple la función de resaltar y poner delante del espectador el otro lado: la oscuridad total. Bella en su capacidad de acercarse a lo feo; elegante en su descripción de lo más burdo; emotiva sin avasallar.

Sin condescendencias, decíamos.