Los 20.000 bebés arios criados en el lujo por Himmler para dominar Europa
Al llegar al vestíbulo improvisa el siguiente discurso: «Gracias a vosotras, mis queridas madres, que sois de la mejor sangre y habéis sabido elegir a una pareja superior desde el punto de vista racial, bastarán unas generaciones para hacer desaparecer de nuestra Alemania todo rastro de sangre impura. Un siglo, como mucho [...] Quiero daros las gracias, porque la maternidad es la misión más noble de las mujeres alemanas. Los peligros a los que os exponéis durante el parto, sirviendo a vuestra patria, equivalen a los del combate en el estruendo de la batalla».
Esta escena imaginada por la autora para 'Los niños de Himmler' (Tusquets) se parece mucho a las que se produjeron en la realidad, cuando los jerarcas nazis visitaban estos centros de maternidad ideados por el secretario personal de Hitler, Martin Bormann, y creados por el propio Himmler en 1935. La mayor parte de su trama transcurre en el citado Heim Hochland, cerca de Munich, pero lo cierto es que el proyecto 'Lebensborn' ('fuente de vida', en alemán) creó más de treinta guarderías repartidas, sobre todo, por Alemania y Noruega.
Se calcula que en ellas nacieron 8.000 niños de madres seleccionadas mediante un riguroso examen racial, preñadas por los mejores soldados de las SS, para engendrar un ejército de superbebés de raza aria con los que dominar Europa en el futuro. A estos se sumaron otros 14.000 raptados en los países ocupados. Fueron robados a sus madres biológicas, siempre y cuando estos fueran rubios, altos, sanos y tuvieran los ojos azules, la nariz recta y unas proporciones faciales perfectas. En total, 15 criterios que puntuaban del 1 al 5 para llevarse a la 'camada ideal' y adoctrinarla.
Las formas del mal
«En calidad de madre alemana, ¿estás dispuesta a educar a tu hijo en el espíritu nacionalsocialista?», pregunta Himmler a uno de los personajes protagonistas de la novela. Ella asiente con un apretón de manos. A continuación, el jefe de las SS se vuelve hacía un soldado muy joven que ha crecido demasiado rápido y continúa: «Camarada, en calidad del padrino del niño, ¿estás dispuesto a vigilar su educación con el espíritu de nuestra comunidad SS?»
«El mal puede adoptar apariencias muy seductoras –explica la autora a ABC–. Sin embargo, la apariencia de paz y tranquilidad que se vivía en estos centros de maternidad, en marcado contraste con la violencia de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, no ocultaba el horror eugenésico de aquel programa. Estas guarderías nazis y los campos de exterminio eran dos caras de la misma moneda. Es cierto que en los Heim había sosiego y comodidad, pero eran lugares muy fríos en los que la sensualidad y el amor no tenían cabida. Básicamente eran fábricas de carne humana».
De Mulder subraya también que, en las ocho décadas transcurridas desde el final del conflicto, se han publicado numerosos ensayos, novelas y películas sobre Auschwitz, Dachau y el resto de campos de concentración, pero se ha ahondado muy poco en estos «centros de vida» en los que, sin embargo, los «bebés indeseables» tenían un futuro muy breve. «Los niños nacidos con deformidades eran sacrificados directamente y a sus padres se les consideraba sospechosos desde un punto de vista genético. Si nacían con discapacidades intelectuales, eran separados y llevados a Brandenburg-Görden, una prisión que hacía las veces de centro psiquiátrico donde se los sometía a lo que llamaban una 'muerte misericordiosa'. Por último, sus cerebros eran cedidos a los científicos nazis para que realizaran sus experimentos», recuerda.
Jürgen, sin sepultura
La escritora belga construye su historia a través de cuatro puntos de vista representados por cuatro personajes que se cruzan en el Heim Hochland en 1944. Renée, una francesa seducida demasiado joven por un miembro de las Waffen-SS. Representa a las mujeres de los países invadidos por los nazis que se quedaron embarazadas de los soldados alemanes y fueron rechazadas por sus propias familias. Helga, la entregada secretaria de director del centro y enfermera modelo que ha sacrificado su vida por cuidar a estas embarazadas y sus recién nacidos. Marek, un preso de Dachau que trabaja en la finca sin apenas recibir alimentos. Y la inconsolable Frau Geertrui, que acaba de dar a luz al pequeño Jürgen, un bebé que se niega a comer.
«Durante la investigación, el caso que más me conmovió fue el del pequeño Jürgen, que nació en el Heim Hochland y falleció meses después en la prisión de Brandenburg-Görden. Un bebé al que ni siquiera le dieron sepultura, lo incineraron nada más asesinarlo. Por eso quise rendirle homenaje convirtiéndolo en un personaje», defiende la escritora belga sobre su novela, que ha sido traducida ya a 13 idiomas. Entre ellos, curiosamente, no se encuentran el alemán ni el noruego, como si ambos países quisieran todavía esconder el episodio.
De hecho, hasta 1977 no se supo que uno de los cuatro componentes de ABBA, Anni-Frid Lyngstad, conocida como Frida, había formado parte del proyecto 'Lebensborn' en Noruega. En un primer momento, el proyecto promovía la «producción» de hijos por parte de oficiales nazis, pero luego incluyó a soldados rasos. Uno de ellos era el sargento Alfred Haase, de 24 años, que llegó de Alemania a ese país en 1943, tres años después de la invasión de Hitler.
ABBA
El militar fue enviado a la base levantada en Ballangen, un pueblo del norte en el que se había creado uno de estos centros de maternidad. Allí conoció a Synni Lyngstad, una noruega de 18 años con la que mantuvo una relación de varios meses y con la que, según cuentan, fue un poco más romántico que sus compañeros. Sin embargo, cuanto terminó la guerra, Haase desapareció y ella, que estaba embarazada, jamás lo volvió a ver. Aunque Frida nació después de la derrota de los nazis, su madre pasó la mayor parte del embarazo en uno de los Heim. Al dar a luz, sufrió ataques y desprecio por parte de sus vecinos y tuvo que escapar a Suecia con la recién nacida a cuestas.
En 1977, con ABBA convertida ya en una de las bandas más famosas del mundo, se reveló que Frida era hija de un soldado alemán llamado Alfred Haase. Una seguidora argentina del grupo se sorprendió al descubrir que el supuesto progenitor de la estrella se llamaba igual que su tío, que vivía en Stuttgart con su esposa y sus dos hijos. Esta hizo todo lo posible por reunirlos a ambos para confirmar su sospecha: que eran padre e hija. Resultó ser cierto y, durante un tiempo, Frida mantuvo contacto con su progenitor, pero la relación no funcionó.
«No pude conectar con él y amarlo como si hubiera estado con nosotras mientras yo crecía», reconoció años después en una de las pocas entrevistas en las que habló sobre el tema. En cualquier caso, ella conoció a su padre y tuvo la suerte de pasar parte de su infancia con su madre biológica, a diferencia de la mayoría de los niños 'Lebensborn', que ni siquiera conocieron la identidad de sus progenitores y crecieron con familias de acogida tras la Segunda Guerra Mundial, mediante un programa que, además, los diferentes gobierno aliados mantuvieron en secreto.
10.000 dólares
El de la artista, por lo tanto, no fue un caso aislado. A principios de este siglo, muchos de aquellos niños descubrieron su origen familiar y empezaron a organizarse. Los nacidos en Noruega, como Frida, presentaron en 2008 una petición ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), para que el Gobierno de Oslo asumiera su responsabilidad en aquel proyecto de limpieza étnica. La Corte rechazó la causa, pero el Ejecutivo les ofreció una compensación económica de 10.000 dólares.
«Aunque este programa se lanzó en 1935, Himmler permaneció obsesionado con sus centros de maternidad hasta su suicidio en 1945. Se ponía enfermo cuando avanzaba la guerra y veía cómo un gran número de jóvenes de las SS, a los que consideraba los mejores ejemplares de la raza aria, perdían la vida en el frente. Una de sus prioridades fue aumentar la tasa de natalidad en Alemania ante el elevado número de bajas. Por eso se hizo padrino de todos los niños del Heim que nacían el día de su cumpleaños. Se preocupaba personalmente por los menús y el bienestar de los bebés y, cuando moría uno, exigía un informe detallado sobre las causas. Le afectaba mucho, era una tragedia para él, lo que contrastaba con las imágenes que se difundieron de él paseando despreocupado por los campos de exterminio», concluye De Mulder.