Carmen Linares: "Pude criar a mis tres hijos y volar de un lado a otro con la tranquilidad de que ellos se quedaban con su padre""

Carmen Pacheco, la gran dama del cante, nacida en Linares, llegó al flamenco en una época en la que empezó a ser menos difícil para una mujer ganarse la vida cantando. Ella es el eslabón que continúa la cadena de gloriosas excepciones de mujeres cantaoras, desde Pastora Pavón La Niña de los Peines, a Mercedes La Serneta, La Repompa o María La Moreno. A todas les rindió homenaje en un disco imprescindible, Antología de la mujer en el cante, obra de referencia para aficionados y continuamente revisada por artistas de dentro y fuera del flamenco.

Es una estudiosa de los cantes y los modos, discreta, calmada, de voz clara «porque te tienen que entender lo que cantas», dulce y afilá. A sus 73 años su agenda de conciertos sigue echando humo, impulsada de nuevo por el Premio Princesa de Asturias de las Artes que recibió en 2022 junto a la bailaora María Pagés. El 16 de agosto está en el Festival Flamenco de Santander, y desde el 21 en el espectáculo Jondo del bailaor Eduardo Guerrero, en Madrid.

Su padre era ferroviario y guitarrista aficionado. Descubrió que a la niña se le daba bien cantar y le animó a ello. Ella imitaba lo que escuchaba por la radio, las cosas de Juanito Valderrama, de Marifé de Triana, de Enrique Montoya, Los campanilleros de La Niña de la Puebla en navidades. «Para mí era como un juego -dice-. No era una niña prodigio como algunas que había en esa época». Con 10 años la familia se trasladó a Ávila siguiendo el trabajo del padre. Allí había un núcleo flamenco donde estaba entre otros Manuel Gerena, cantaor sevillano que aún era electricista.

La madre de Carmen escribía a diario a un concurso de Radio Madrid donde sorteaban un tocadiscos, hasta que le tocó. Su padre fue a buscarlo y volvió con un montón de discos de Antonio Mairena, de Fosforito, de Porrina, el primero de José Menese. Carmen los escuchaba en casa pero cuando iba a un guateque con sus amigas bailaba The Beatles y Los Brincos. En Ávila conoció a Miguel Espín, otro aficionado que se sabía de memoria la Antología del Cante, de Hispavox, del 56. Se casarían años más tarde. Miguel fue guionista de TVE especializado en programas de investigación y divulgación del flamenco, cuando estas cosas se hacían en la televisión pública. «Él ha sido fundamental en mi vida, por el amor que le tiene al flamenco y el respeto que mostraba a mi profesión. He podido criar a mis tres hijos y volar de un lado a otro, con la tranquilidad de que mis hijos se quedaban con su padre. Yo quería vivir del flamenco, pero tampoco era una obsesión. He avanzado sin agobiarme, quería aportar lo mío, grabar mis discos con calma, y al final resulta que he hecho un montón de cosas».

Cuando llegó a Madrid con 17 años, Carmen empezó a frecuentar los tablaos y la Peña Charlot, donde Enrique Morente se bebía los cantes de Pepe de la Matrona. Allí conoció también a su idolatrado Fosforito. «Íbamos a la Casa de Granada, a la Casa de Málaga... Mi padre me acompañaba. Había mucho ambiente flamenco. Los artistas iban a verse unos a otros. Recuerdo la primera vez que vi cantar a Chocolate en un festival, una noche en la que estaba inspirado, ¡qué torrente de voz! Y Rafael Romero El Gallina, y Juan Varea... No era solo su cante, era estar con ellos, observar cómo se comportaban, escuchar sus vivencias. Rafael Romero me decía: 'Niña, tienes que aprender los cantes antiguos, el polo, la caña, la debla, que no se pierdan'. También lo aprendí de Enrique Morente: hagas lo que hagas la raíz tiene que permanecer».

Carmen empezó a cantar para el baile en la compañía de Paco Romero, que luego sería primer bailarín de Antonio Gades. Hizo una gira por Estados Unidos con la compañía de José Molina, que era parecida a la del Greco, donde comenzó Paco de Lucía. «Fue una buena escuela, porque en un espectáculo de baile todo va pautado, no se improvisa nada, al contrario que en el tablao».

En Madrid, trabajó en el Café de Chinitas y en Torres Bermejas. Allí estaba Camarón. «Había mucha creatividad, muchos artistas fabulosos. Camarón llegaba ya vestido y entraba directo al tablao, con Paco Cepero a la guitarra. Todo el mundo le estaba esperando. Se raspaba sus tres cantes y se iba. Verlo cada noche era maravilloso. Recuerdo un día que fui a casa de Paco de Lucía porque el padre quería escucharme. Era la hora de la siesta y despertaron a Paco para que me tocara. Salió con su batín japonés y la cara de sueño. Yo me puse tan nerviosa que no sé ni lo que canté».

Cuando escuchó a Enrique Morente cantar los poemas de Miguel Hernández, Carmen dijo: «yo quiero ir por ese camino». «Su manera de hacer la Elegía a Ramón Sijé, con Pepe Habichuela a la guitarra, me dejó impresionada. Canté la Baladilla de los tres ríos, de Lorca, algunas cosas de Antonio Machado... Enrique me enseñó que había que incorporar esas letras sin forzarlas, y que cada disco, cada concierto, debía ser distinto. Era un genio. Yo creo que hasta que grabé Su cante, en 1984, con esa portada que parezco Sarita Montiel con el pelo rizado, no empecé a aportar mis cosas. Otro disco muy satisfactorio para mí, además de la Antología de la mujer, por supuesto, fue Un ramito de locura, con Gerardo Núñez, de 2002. Ahí es donde creo que empiezo a sonar de verdad como yo quería».

En la ceremonia del Premio Princesa de Asturias, Carmen dejó estos versos de Juan Ramón Jiménez en el escenario del Teatro Campoamor, con el baile improvisado de María Pagés: Cuando esté con las raíces / llámame tú con tu voz. / Me parecerá que entra / temblando la luz del sol.

César Suárez es autor del libro El enigma Paco de Lucía (Lumen).