El Papa cristiano
Le llamaron comunista por hablar de justicia social y globalista por acoger al inmigrante. Me temo que lo que de verdad no le perdonaron es que hiciera algo cada vez más extraño: tomarse en serio el mensaje de Jesús. Por eso, en realidad, Francisco no fue progresista ni conservador. Fue otra cosa, una palabra que debería bastar: cristiano. No leía el mundo desde las coordenadas ideológicas sino desde el sufrimiento y, por eso, su modelo de Iglesia no fue ni un castillo inexpugnable ni una ONG; su Iglesia fue un hospital de campaña. En este mundo en que todo se divide en trincheras, no tener bando es como no tener Dios. Pero es que Dios no tiene bandos porque está con «todos, todos, todos». Así lo expresó en la JMJ: «En la Iglesia ninguno sobra, ninguno está de más. Hay espacio para todos, así, como somos. Jesús lo dice claramente (…): «Vayan y traigan a todos, jóvenes y viejos, sanos y enfermos, justos y pecadores. En la Iglesia hay lugar para todos. Repitan conmigo, cada uno en su idioma: «Todos, todos, todos».
Pero Francisco tampoco fue neutral. Fue algo mejor. No se colocó en medio, sino al margen. En la periferia. En las cunetas donde el sistema, también el eclesial, abandona a los que no encajan. Por eso lo detestaban tanto, desde las pocilgas de la extrema derecha a las de la izquierda anticristiana. Para ellos nació su encíclica 'Fratelli Tutti', que fue ideada para recomponer un mundo roto por la guerra cultural, del mismo modo que 'Pacem in terris' de Juan XXIII nació para recomponer un mundo roto por la guerra mundial. Juan Pablo II nació bajo el yugo comunista y acostumbró al catolicismo a vivir a la contra. Pero el tiempo de Francisco no fue el de vivir a la contra sino el de proponer y, sobre todo, el de unir y llegar a todos, porque el mensaje de Jesús es universal. «Yo soy cordial con todos porque todos son hijos de Dios. Si empiezo a seleccionar gente, voy listo. Soy pastor de todos».
El suyo no fue un pontificado político, sino pastoral. Recordaba que la fe no es una barricada, sino un puente, que ser anticlerical podía ser un honor y que la tradición viva no es el pasado conservado en formol, sino la fidelidad que ilumina el presente. Volvió al mensaje de Jesús, pero no por nostalgia sino por radicalidad. Por eso, Francisco ha sido a la vez el más jesuita de los Papas, el más pastoral de los teólogos y el más cristiano de los obispos. Murió sin condenar, sin imponer y sin dividir. Y, en este tiempo, eso es más revolucionario que cualquier cisma. Descanse en paz.