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'Jesús atado a la columna' es una obra de la etapa de formación del artista granadino en Sevilla
Ambas obras estuvieron colgadas hasta el siglo XIX de forma conjunta, tal como las concibió Del Castillo en torno a 1660, pero el proceso de desamortización las separó. Los dos cuadros acabaron con el tiempo en manos privadas, con la fortuna de que la Junta pudo hacerse en 2006 con 'Paisaje de San Juan Bautista niño dormido', mientras que otro lienzo fue finalmente localizado en la Colección Delgado, que se lo ha cedido por cinco años a la administración autonómica.
Desde finales de marzo se pueden ver ambos en el Bellas Artes, aunque por ahora de forma separada. Ya finales de abril volverán a colgarse juntos en la sala IV, con lo que la pinacoteca vivirá un momento de gran brillantez, algo que por desgracia no disfruta con frecuencia debido a que desde hace décadas se encuentra en una sede que apenas permite exponer sus colecciones. Sus carencias vienen siendo denunciadas por los artistas y aficionados de la ciudad desde antes de la instauración de la actual democracia.
El encuentro histórico de estas dos obras servirá para reivindicar el propio Museo y a los pintores cordobeses, pero especialmente a Antonio del Castillo no ya sólo como maestro brillante de la pintura española sino como un adelantado de un género que en los siglos siguientes alcanzaría un prestigio creciente: el paisaje.
Hay que tener en cuenta que en el periodo en el que vivió el artista cordobés la mayoría de las obras de arte que se hacían en Córdoba, donde él tenía su estudio, eran de temática religiosa, pues la Iglesia era el principal demandante para su amplia red de iglesias, ermitas o conventos. Si el paisaje aparecía era como fondo del tema tratado, pero en el caso de Del Castillo ese contexto llegó a convertirse en algunas de sus obras de madurez casi que en lo principal, tendencia apenas vista en los artistas españoles de su periodo.
Se sabe, pues así lo dejó escrito el pintor y tratadista cordobés Acisclo Antonio Palomino, que el maestro tenía condición andariega y salía a los campos cordobeses con papel y lápiz para dibujar diversos paisajes, trabajos que en parte conserva el propio Bellas Artes.
Según este testimonio escrito en su época, Del Castillo, cuyo naturalismo nacía también de las influencias italianas que llegaban a Córdoba a través de Sevilla, «fue excelente paisajista, para lo cual se salía algunos días a pasear, con recado de dibujar, y copiaba algunos sitios por el natural, aprovechándose asimismo de las cabañas, y cortijos de aquella tierra; donde copiaba también los animales, carros, y otros adherentes, que se hallaba a mano; y algunas casualidades en aquel arroyo de las peñas, con singularísimo primor».
Del Castillo era de condición andariega y salía a los campos cordobeses con papel y lápiz para diujar
En cierto modo, y a pesar de que Antonio Del Castillo no pudo disfrutar de las opciones de pintar al aire libre que propiciaría la pintura de secado rápido siglos más tarde, el maestro cordobés se puede considerar un precedente de esa gran tradición paisajista que triunfó primero en Holanda y que vivió siglos más tarde un momento cimero cuando los impresionistas comenzaron a salir a los campos con lienzo y caballete para pintar al natural.
El paisaje como género ha llegado hasta nuestros días y ha sabido asimilarse al actual mundo urbano, con grandes representantes en la España artística contemporánea como Antonio López, Fermín García Sevilla, Pedro del Toro o los cordobeses Manuel Castillero. Francisco Escalera, Francisco Vera Muñoz, Javier Bessacourt o Camilo Huéscar.
La condición de Antonio del Castillo como gran naturalista fue resaltada en su IV centenario, en 2016, por los historiadores Fuensanta García de la Torre y Benito Navarrete, que impulsaron una exposición y catálogo que resaltaba esta característica del pintor cordobés.
Fuensanta García explicaba que «el estudio del natural practicado por Castillo tiene su fiel reflejo en un destacado conjunto de obras de temática rural», titulado genéricamente 'Escenas campesinas y Paisajes', y hoy conservadas en el Museo Nacional del Prado, la Biblioteca Nacional de España, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y el Museo de Bellas Artes de Córdoba.
Según la especialista, estas escenas tomadas a vuelapluma en sus paseos campestres le sirvieron «parcialmente para la composición de algunas de sus cabañas, escenas pastoriles o adoraciones de los pastores y lo sitúan casi como único cultivador de los temas de género en la España del siglo XVII». Esos mismos motivos los combina en ocasiones con motivos bíblicos, como en la serie de la 'Vida de José', que se encuentra en el Museo del Prado.
La reunión de dos de sus obras en el Bellas Artes servirá a los visitantes para conocer la minuciosidad del artista
La reunión de dos de sus obras en el Bellas Artes a finales de mes servirá para que los asistentes puedan descubrir la minuciosidad del artista en estos cuadros en los que se ve que disfrutaba de su pasión campestre y de las nuevas corrientes que llegaban de Holanda e Italia. Una fase de su obra que llegó en el último periodo de su vida y tras su tercer matrimonio, con Francisca de Lara, con la que se estableció en la Campiña, en un entorno natural, por largos periodos.
También coincidió en esa época el interés por su obras de coleccionistas distintos a la Iglesia, más abiertos a estas pinturas en las que lo religioso queda a menudo casi que diluido en el conjunto de la obra. Ese conjunto de factores, propios de una sociedad que estaba en tránsito hacia un nuevo modelo para la pintura mucho más libre y rico, son los que propiciaron que Antonio del Castillo pudiese dejar este legado que todavía hoy sorprende no sólo por su excelente técnica sino por esa mirada moderna. Por esa forma de pintar que huía cuando podía de lo pomposo y grave para centrarse en lo cercano y natural.