Rocío Molina, malagueña de Torre del Mar, de 41 años, es punta de lanza de ese flamenco heterodoxo, impaciente e indomable que se ha asentado en nuestra danza en los últimos años y en el que le acompañan, en el baile nombres como Israel Galván, Olga Pericet o Manuel Liñán; desde el flamenco, desde la raíz aprendida en su cuna, han buscado maneras propias de expresión imposibles de clasificar. ¿Es flamenco lo que hace Rocío Molina? Habrá quien diga que no, y tendrá sus razones para decirlo. Pero Rocío Molina es flamenca por encima de todo, y ese poso permanece intocable en todos sus trabajos.
'Calentamiento' es un grito, un desahogo, una pregunta sin respuesta. Pablo Messiez, Niño de Elche, Carlos Marqueríe y Rocío Molina han tejido un espectáculo de una belleza desbordante, que llega a los espectadores a través de la mente y de los sentidos, del dolor o el humor incluso. La imposibilidad de parar -«¡que siga la fiesta!», dice ella- está presente en todo el espectáculo: al entrar el público ella está ya ejercitándose en el escenario, y al abandonar los espectadores el teatro sigue taconeando.
Esa reflexión profunda está envuelta en un espectáculo visual y sonoramente poderosísimo, pero es el trabajo monumental -por esfuerzo, calidad y compromiso- de la propia Rocío Molina, que baila, claro, pero también habla, toca la batería y se mimetiza con la escena lo que hace de 'Calentamiento' un espectáculo sobrecogedor e inolvidable.