Cinco detenidos por el asesinato del hombre abandonado en el Valme>
La tarde del 29 de septiembre del año pasado, un vigilante de seguridad del hospital de Valme vio cómo un vehículo que circulaba por el aparcamiento se detenía unos instantes para arrojar lo que parecía un cuerpo. La secuencia, según este testigo, fue muy rápida porque el vehículo, de color oscuro, abandonó el recinto en cuestión de segundos.
Este vigilante alertó al personal de Urgencias que acudió al aparcamiento pero no pudieron hacer nada por la víctima, que presentaba numerosos golpes y heridas por arma blanca. Un cuadro de lesiones que encajaba a la perfección con haber recibido una paliza.
La primera averiguación de los investigadores fue ponerle nombre y apellidos al fallecido. Se trataba de un vecino de Lebrija de 42 años, perteneciente a una familia muy conocida en la localidad. Al parecer, estaba en el hospital acompañando a su pareja que acababa de dar a luz y pudo haber sido abordado en el mismo aparcamiento cuando se dirigía a coger su coche para recoger a su mujer y a su hija a las que acababan de darle el alta.
Tras identificar a los fallecidos y recabar el testimonio del personal sanitario y del vigilante de seguridad que vio cómo tiraban el cuerpo, los agentes del Grupo de Homicidios se afanaron en rescatar más indicios a través de las imágenes que pudieron grabar no sólo las cámaras de seguridad del recinto hospitalario sino también las de Tráfico y de otros establecimientos más cercanos para reconstruir el trayecto que había hecho el vehículo sospechoso y tratar de sacar información a través de la placa de matrícula.
Seguimientos y pinchazos
A las semanas, los agentes tenían identificado a un grupo de sospechosos. Fue entonces cuando se desplegaron otros medios de investigación para clarificar el nivel de implicación de cada uno de ellos. Se realizaron seguimientos y se pincharon teléfonos en busca de la pista definitiva que dejara claro quién pudo participar en la paliza que acabó con la vida de la víctima.
Esta investigación se vio ralentizada cuando entre medio se produjo la desaparición de Álvaro Prieto, el joven cordobés que murió electrocutado al tocar por accidente la catenaria de un tren en la estación de Santa Justa. Fue un caso muy mediático, donde se ejerció una enorme presión sobre la Policía para que diera con el paradero de un chico normal al que se le vio por última vez saliendo de la estación tras intentar sin éxito de subirse a un tren con destino a Córdoba.
En el momento que llegó la denuncia de la desaparición de Álvaro el 12 de octubre del año pasado, en el Grupo de Homicidios había siete efectivos operativos. El protocolo habitual en que cuando entra un caso caliente se dividen los recursos policiales en dos equipos: uno de ellos se dedica a la tarea nueva mientras que el resto continúa con los casos que están abiertos. En ese momento, los agentes ya tenían una línea de investigación sólida con respecto al asesinato del hombre de Valme, con varios pinchazos telefónicos sobre los que se esperaba que pudieran arrojar datos definitivos. Pero la desaparición de Álvaro se volvió una prioridad absoluta y todos los agentes se dedicaron esos días a un caso que se acabó resolviendo con el hallazgo del cuerpo del joven encajonado entre dos vagones.
Queda por conocer las causas de este crimen del que apenas han trascendido datos en estos meses que han transcurrido. El juzgado que instruye la causa ordenó el secreto de las actuaciones para preservar el avance de unas investigaciones que dependían mucho de los movimientos que hicieran los sospechosos para clarificar al máximo el grado de participación.
En las próximas horas se espera que pasen a disposición judicial los cinco detenidos del que previsiblemente trascenderán más datos como edades, sexo y si guardan relación entre ellos. La víctima fue enterrada a los pocos días del crimen en el cementerio de Lebrija.