«La teoría de juegos, basada en el póker, podría ser útil para acabar con la guerra de Ucrania»
-Cuando acabó COU, dudó entre estudiar Filosofía y Matemáticas.
-Sí, Parece un dilema poco habitual pero creo que hay mucha conexión. Las dos intentan explicar las cosas, aunque de una manera diferente. Se me daban muy bien las matemáticas y me decidí por ellas porque me daban más seguridad. Con las matemáticas las cosas estaban bien o estaban mal, no había incertidumbre. Pero siempre he sido una gran defensora de la interdisciplinariedad.
-¿Cómo acabó una matemática como usted en la Facultad de Económicas?
-Cuando yo terminé Matemáticas, estaban montándose todos los servicios de informática de la Junta de Andalucía. Entonces no había estudios de informática y los únicos que sabían de informáticos eran los matemáticos. Yo eché muchos C.V. cuando me licencié y me llamaron de la Facultad de Económicas para una plaza de ayudante. De todas formas, la gente con formación matemática tenemos mucho que decir en materia económica. Y encontré mi nicho en los métodos cuantitativos, que han crecido mucho en los últimos años en el ámbito de la economía. También estudiamos las interacciones sociales en la economía e intentamos idear fórmulas matemáticas que las describen y tratan de predecirlas en lo posible.
-¿Se puede predecir el comportamiento humano a través de una ecuación?
-Es muy difícil, pero algunas veces se puede. Los matemáticos tratamos de ser muy precisos pero tenemos nuestros límites. Las matemáticas no hacen milagros pero sí pueden modelar la imprecisión y la incertidumbre, y avanzar resultados realistas en función de una serie de factores. Pero con cierto margen de imprecisión.
-¿Hay algo de la economía actual que se pueda meter en una ecuación?
-Yo no soy economista aunque haga investigación teórica en este campo. Lo que intentamos hacer ahora es definir una utilidad pero hay muchos factores en economía que no se pueden meter en la misma función matemática. Hay que trabajar simultáneamente con distintas utilidades: una utilidad económica, un beneficio social, un beneficio medioambiental. Nuestro objetivo es predecir lo que puede pasar pero a veces, por esta complejidad, nos tenemos que conformar con intentar explicar lo que está pasando.
-Que no es poco...
-Confluyen muchos actores, públicos, privados, institucionales, lo cual complica mucho este objetivo. Intentamos crear modelos útiles que nos ayuden a entender lo que ocurre y, en lo posible, predecir lo que va a ocurrir. Ahora estamos también analizando el altruismo.
-¿El altruismo puede esconder la búsqueda de algún beneficio individual?
-Cuando uno actúa a nivel individual, siempre busca su propio beneficio. Esto, como regla general. Pero aún buscando tu propio beneficio, se puede ser altruista. Y estamos intentando demostrar que en determinados modelos económicos el altruismo puede beneficiar a la persona que lo practica, no sólo a las demás personas. En la teoría de juegos, que es nuestro área de conocimiento, se observa que siempre hay un conflicto entre el beneficio individual y el beneficio colectivo. Esto parte de modelos muy básicos como el dilema del prisionero.
-¿Podría explicarlo brevemente?
-Es un modelo básico en el que caben situaciones complejas de decisión estratégica. Lo planteó por primera vez el matemático Albert Tucker, que fue el director de la tesis de John Nash. La Policía detiene a dos supuestos ladrones y los mete en celdas separadas, de modo que no pueden comunicarse entre ellos. La Policía intenta que confiesen y se presentan varios escenarios posibles. Si los dos confiesan el delito, reciben una pena menor; si ninguno de los dos confiesa, saldrán libres. Ahora bien, si uno confiesa y el otro no, el que confiesa recibe una pena mayor, mientras el otro recibiría una pena mayor. Individualmente, a cada uno de los detenidos le interesa confesar, frente a la incertidumbre de si el otro confesará o no. La racionalidad individual recomienda, pues, que confiesen. Si los dos se atienden a ese criterio, confesarán y tendrán una pena menor. Pero lo cierto es que hay una solución colectiva mucho mejor para los dos: no confesar. Sin embargo, para eso se necesitan acuerdos vinculantes.
-¿Cuál sería la conclusión?
-Que la racionalidad individual no siempre produce los mejores resultados para el individuo. Si los dos fuesen altruistas, es decir, pensaran más en el otro que en sí mismos, no confesarían ninguno de los dos y obtendrían el mejor resultado para los dos, porque saldrían libres. O sea, el altruismo puede beneficiar también al que lo practica, aunque piense más en el beneficio de los demás que en el suyo propio.
-¿Esto se podría aplicar a la guerra de Ucrania y a la negociación de un acuerdo de paz?
-Este dilema del prisionero se aplicó en la guerra fría entre Estados Unidos y la antigua Unión Soviética. Es un juego de estrategias porque uno no sabe lo que va a hacer el otro. El resultado de esa interacción es imprevisible pero en la guerra fría acabó en una especie de equilibrio bueno con los tratados contra el rearme. De todas maneras, una cosa es el modelo teórico matemático y otra las cuestiones psicológicas que acompañan a los jugadores. Lo que hacemos es una guía pero no nada que pueda capturar todos los factores.
-¿La teoría de juegos o el dilema del prisionero podrían ser útiles en la negociación de la paz en Ucrania?
-Sí, pueden ayudar. Quizá no los modelos básicos de teoría de juegos, pero sí algunos más avanzados. De hecho, creo que ya se habrán hecho estudios sobre eso y los análisis que están haciendo los contendientes y demás actores la estarán teniendo en cuenta. Los primeros trabajos de la teoría de juegos estaban basados en los juegos de azar, en el póker. Los precursores de la teoría de juegos a principios del siglo XX se fijaron especiamente en el póker y llegaron a la conclusión de que eran aplicables a otras situaciones sociales. Ya se vio hace un siglo que esta teoría tenía mucho potencial y muchas aplicaciones. Yanis Varoufakis, el ministro de Economía de Grecia durante la crisis de deuda griega, era un experto en teoría de juegos.
-Pues no le fue muy bien, la verdad...
-No, no tuvo mucho éxito.
-¿La guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética no era una especie de partida de póker?
-Depende de las reglas. Es verdad que era una situación de interacción y que sus resultados dependían de lo que hiciera cada jugador. No era una partida de póker, porque el póker tiene unas reglas que los jugadores deben cumplir, y en la guerra fría no había esas reglas tan claras o alguno de los jugadores podía romperlas.
-O sea, que hacían trampas...
-Evidentemente. Cada uno de los contendientes se iba a saltar las reglas buscando su mejor respuesta. En todo caso, se aspiraba a tener un cierto equilibrio. Nadie unilateralmente se sale del equilibrio porque pierde.
-¿Las estrategias de la guerra fría pueden estar repitiéndose ahora con Ucrania?
-Es posible que así sea, con el miedo de las dos partes a que uno se salte las reglas. Aunque se llegue a un acuerdo vinculante, quizá no se llegue a una situación de equilibrio. Y es posible que alguno de los agentes se salga del acuerdo. Llamémosle por la teoría de juegos o por decisiones de estrategia.
-Su equipo investiga también modelos de votación.
-Con esos modelos estudiamos las capacidades estratégicas de los jugadores a la hora de sacar adelante una votación en un Parlamento, por ejemplo. A las elecciones andaluzas de 2015 sólo concurrían tres «jugadores», PSOE, PP y Adelante Andalucía. El PSOE obtuvo más diputados que el PP y Adelante Andalucía logró 12. Pero el resultado determinó que Adelante Andalucía tenía exactamente el mismo poder que los dos partidos grandes, PSOE y PP, para formar coaliciones de Gobierno o para aprobar proyectos en el Parlamento. El poder real de uno de los jugadores, en concreto de Adelante Andalucía, era muy superior al de su representación electoral.
-Eso ha pasado también con Junts en las últimas elecciones generales. Sus siete diputados tienen un poder muy superior al 2 por ciento que deberían tener en una Cámara formada por 350 miembros.
-Sí. Para todo no, pero para ciertas cosas, esos siete diputados valen lo mismo que los 120 del PSOE. Esos siete tienen un gran valor estratégico.