Verano, verdad y política

La semana pasada nos dejó titulares que podrían haber llenado todo un mes: el enfrentamiento entre el presidente Pedro Sánchez y Donald Trump, las declaraciones de Ábalos y Koldo ante el Tribunal Supremo, el aval del Tribunal Constitucional a la controvertida Ley de Amnistía… Sin duda, lo más fácil sería centrar estas líneas en la sentencia del alto tribunal. Pero, seamos honestos, sobre ese asunto se ha dicho ya casi todo y poco queda por añadir sin caer en la reiteración.

En cambio, me gustaría detenerme en lo que, paradójicamente, muchas veces olvidamos valorar: la fortuna de poder vivir otro verano. Sí, otro más. Una pausa en medio del caos. Una estación marcada por desplazamientos, reencuentros, siestas, comidas al aire libre y decisiones tan trascendentales como dónde colocar la sombrilla o si inflamos la colchoneta ahora o después del baño. Un tiempo, también, para conocer, descubrir, conversar y, ojalá, reflexionar.

Los jóvenes —hoy se es joven hasta bien entrados los treinta— disfrutan de un abanico de posibilidades: bonos de transporte, descuentos culturales, interrailes y festivales que prometen experiencias únicas. Es, o debería ser, un ocio activo, vital, no solo un paréntesis hedonista, sino también una oportunidad de crecer y ver el mundo con otros ojos.

Eso sí, el calor será intenso. No sé si alcanzaremos los veranos sevillanos de mi infancia, cuando el mercurio superaba los 45 grados sin despeinarse. Pero en España, quejarse del calor en julio es como sorprenderse de que el mar esté salado. Ya lo sabemos: el sol impone su ley, y nosotros la obedecemos, a veces con resignación, a veces con humor.

Pero el verano no será solo una postal de sombrillas y chanclas. Julio promete traernos una nueva oleada de noticias políticas. Aunque los juzgados cierren en agosto, los partidos no descansan. Cuando se intuye un cambio de ciclo, la maquinaria se activa con intensidad. En Castilla y León, por ejemplo, ya respiramos aire de precampaña: el gobierno sacará pecho, la oposición afilará sus críticas, y el ciudadano —una vez más— deberá decidir entre dos relatos aparentemente irreconciliables.

Y aquí me asalta una pregunta: ¿dónde está la verdad? Aristóteles decía que se encuentra en el justo medio entre los extremos. ¿Tan difícil es, entonces, que nuestros políticos se acerquen a ese centro y nos hablen con honestidad? Porque, al final, lo que logran con tanta polarización es justo lo contrario de lo que necesitan: que el votante no los crea, que se acerque a las urnas sin convicción, con el gesto cansado y la fe disminuida.

El verano podría servir para algo más que descansar. Podría ser también un tiempo para decir la verdad. Para explicar, sin adornos ni trampas, lo que se ha hecho, lo que se ha dejado de hacer, y lo que realmente se quiere hacer. Porque los votantes no somos piezas de una máquina. Somos ciudadanos, con capacidad de pensar, discernir y exigir. Y aunque sea bajo la sombrilla, con el ruido de las olas de fondo, seguimos esperando una política que no nos trate como espectadores pasivos, sino como interlocutores válidos.

Aprovechemos el verano. Que nos sirva para descansar, sí. Pero también para pensar.

Porque lo que se avecina, en lo político, no será precisamente un paseo por la playa.