Aunque la reunión de este martes la solicitó formalmente el presidente Illa, en el marco de los encuentros que ha mantenido con los que le precedieron en el cargo, los que hace tiempo que plantean la necesidad de avanzar en las negociaciones son Carles Puigdemont y Junts, que tienen la sensación de no pasar de las buenas palabras y de la declaración de intenciones cuando se trata de cobrar el precio que pusieron a la investidura. Ni el catalán se ha convertido de momento en un idioma oficial en la Unión Europea ni Puigdemont ha podido regresar a España.
El juego de equilibrios entre Puigdemont tiene distintas capas y fases. De un lado, está la tensión entre que Puigdemont quiere volver a España y Sánchez quiere aprobar unos Presupuestos que le sirvan para agotar la legislatura, pudiendo gobernar y no sólo resistir. Puigdemont sabe que Sánchez sólo va a esforzarse en su regreso si tiene algo a cambio que obtener. Y Sánchez sabe que a Puigdemont los Presupuestos Generales del Estado no le importan lo más mínimo y que por no ser no era partidario ni siquiera del acuerdo de investidura. Y que los que muy al límite, dentro de su partido, consiguieron convencerlo de sentarse a negociar, fue con el argumento único de poder volver a casa sin ir a la cárcel. Esta continúa siendo su única prioridad y a la que todo lo supedita.
Golpe de efecto
Los independentistas acusan a Sánchez de usar al Tribunal Constitucional para acelerar o ralentizar sus fallos a su conveniencia, para no dar pasos definitivos sin un compromiso para la aprobación presupuestaria. Los socialistas niegan las acusaciones y aseguran que están haciendo todo lo posible para un regreso inminente del expresidente. La reunión de este martes sirvió para que Puigdemont tuviera su momento de protagonismo en un contexto político y mediático que no le está resultando nada favorable, y para que PSC y PSOE cedieran en algo, aunque fuera a coste cero. La extrema prudencia de Illa en sus apariciones y fotografías le permite parecer que hace mucho con muy poco. El presidente de la Generalitat había evitado visitar a Puigdemont, y sólo lo ha hecho cuando estratégicamente ha convenido a su partido.
Puigdemont, cada vez más olvidado y amenazado por una más que probable cambio de gobierno dentro de dos años (si no sucede antes) sabe que se queda sin tiempo y tiene que templar el grado de dureza con que trata a Sánchez, porque tiene que conseguir sus objetivos pero sin hacerlo saltar por los aires, porque los interlocutores que tendrá serán mucho menos complacientes si el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, gana las elecciones y consigue formar Gobierno.
La conversación del encuentro sirvió para transmitir las mejores intenciones del lado socialista, y exigencias y urgencias del lado de Junts. El miedo que en algún momento pudo tener el PSC, de que el «efecto regreso» de Puigdemont provocara un vuelco electoral, se ha desvanecido por completo. El miedo de Puigdemont a un cambio de Gobierno en España crece cada día, como la incertidumbre entre los suyos sobre si sabrá entender que su momento ha pasado y que su vuelta a casa tiene que ir acompañada del abandono de la primera línea política.