Las piedras no votan en Castilla y León

En los últimos años, la evolución electoral en Castilla y León ha mostrado con claridad ese cansancio social. Los grandes partidos nacionales, PP y PSOE, han experimentado una pérdida de apoyo sostenida. No se trata simplemente de ciclos electorales, sino de una sensación compartida. Buena parte de la población siente que las políticas aplicadas no responden a sus problemas reales. La despoblación, la falta de oportunidades para jóvenes y profesionales, las carencias en transporte, pese a los esfuerzos que se está haciendo, la fragilidad de los servicios públicos rurales o la ausencia de un proyecto económico de largo alcance, son cuestiones que siguen sin resolverse. Y frente a esta realidad, muchos ciudadanos perciben que PP y PSOE continúan gestionando el presente como si fuese suficiente con preservar la arquitectura institucional heredada.

Pero las piedras no votan. El hecho de que Castilla y León tenga una estructura territorial consolidada, unos símbolos reconocibles y una larga tradición no sustituye la obligación de dar respuestas concretas. La región no puede sostenerse solo con memoria, ni con discursos que apelan al pasado o infraestructuras nuevas. Lo que la población demanda, y lo que se manifiesta en cada elección reciente, es la necesidad de políticas vivas, innovadoras y orientadas al futuro.

La erosión de los grandes partidos no se explica únicamente por la aparición de nuevas formaciones, sino por la incapacidad de ofrecer soluciones reales y tangibles a problemas que llevan décadas señalándose. Cuando un votante percibe que sus inquietudes quedan fuera de la agenda, busca alternativas. Cuando siente que su vida cotidiana no mejora, se distancia. Y cuando concluye que se le pide confianza sin resultados, deja de escuchar.

Recordar que las piedras no votan es advertir a todos los actores políticos que la legitimidad democrática no se hereda ni se conserva por inercia. No basta con ocupar instituciones; hay que responder a la ciudadanía que las sostiene. Castilla y León no pide discursos, exige futuro. Y ese futuro no lo decidirán las piedras, sino las personas que, elección tras elección, hacen o deshacen mayorías.