Tiranos del lenguaje

Otra maravilla de la tiranía lingüística es la muy solemne letanía presidencial: «Asumo la responsabilidad en primera persona». ¿En qué consiste esa asunción? En que al acabar de decir la frase se ha terminado la responsabilidad. La bacinilla de arar. Es fascinante el salidero de la ministra Alegría ante su retrato con Salazar a sabiendas de las denuncias de acoso sexual: «Esa reunión no tendría que haberse producido, fue un error». ¿Ya está? Pero aún más epatante es el discurso del clan prostibulario: «Soy feminista porque soy socialista». El director de la Faffe, Tito Berni, Ábalos, Koldo, Cerdán y Salazar podrían hacer un simposio sobre cómo se predica, sin movimiento sospechoso de ceja, exactamente lo contrario de lo que se hace, bien sea en cuestiones de corrupción, bien en asuntos de feminismo. No te fíes de lo que hago, fíate de lo que digo. Pero siempre queda la más gloriosa cacicada lingüística para lavarse las manos y limpiarse en las cortinas: «Desde el punto de vista personal, Ábalos era un gran desconocido para mí» (escúchese esta excusa mientras se ve la escena de la película 'Cita a ciegas' en la que Bruce Willis tiene que bailar mientras le disparan a los pies). El diccionario de los caciques se completa con las palabras ultraderecha, fachosfera y fascismo, todas ellas coronadas por la fastuosa expresión «no me consta». Y con estas herramientas se construye el relato paradisíaco de la España que va como una moto o como un cohete mientras el 'lawfare' trata de frenarla para que los ricos puedan seguir fumando puros en los reservados. Quién me iba a decir que acabaría abrazando al semipoeta: tú me llamas, amor, yo cojo un taxi. Lo más lejos posible.