Cincuentenario

Así que, paradójicamente, solo conocí bajo el franquismo la explotación y la negación de mis derechos laborales por parte de una patronal abertzale (algunos de cuyos miembros directivos eran padres de alumnos que, andando el tiempo, adquirirían cierta notoriedad dentro de ETA: por ejemplo, la asesina del joven concejal del Partido Popular en Ermua, Miguel Ángel Blanco). Por mi parte, mientras vivió el dictador, siempre me consideré antifranquista, al igual que mi familia más cercana. Mis dos abuelos habían sido objeto de represalias tras perder la guerra, el paterno por nacionalista vasco; el materno, por azañista. Lo que no obsta para que el primero hubiera perdido a sus dos hermanos en sendos linchamientos a manos de partidarios (en teoría) de la legalidad republicana: uno de ellos, en Garrucha (Almería), donde había sido alcalde y director de las minas; otro, abogado y prominente político tradicionalista, en Bilbao, durante el asalto a la cárcel donde estaba encerrado, por un batallón de milicianos de UGT retirado del frente por el lendakari Aguirre para proteger (también en teoría) a los reclusos de la derecha «españolista». Mi abuelo, abertzale de derecha, como todo el PNV de su época, fue antifranquista hasta su último aliento, pero también un feroz antirrepublicano. Como nacionalista vasco y católico, odiaba mucho más al régimen del 14 de abril que al del 18 de julio.