Un dos de diciembre

Gonzalo Fernández de Córdoba fallecería en Granada adonde se había trasladado pocas semanas antes -Fernando el Católico lo había enviado de alcaide a Loja para alejarlo de la corte y allí aguardó, inútilmente, que el rey cumpliera la promesa que le hizo de nombrarle maestre de la Orden de Santiago-. Sería enterrado de forma provisional en el convento de los franciscanos. Su muerte constituyó una manifestación de duelo en Granada. Su catafalco fue adornado con cientos de banderas, muchas de ellas arrebatadas al enemigo en sus victoriosas campañas.

Posteriormente, su cadáver sería trasladado a San Jerónimo, el monasterio erigido por los Reyes Católicos y que su esposa, doña María Manrique, se había encargado de concluir su construcción. Las obras finalizaron en 1521, momento en que los frailes se hicieron cargo del cenobio donde poco después serían llevados los restos del Gran Capitán a una cripta situada a los pies de la gran escalera por la que se accedía al presbiterio de la iglesia del monasterio. La decoración del mismo está dedicada a ensalzar las virtudes de su difunto esposo en un espléndido programa iconográfico.

Era la de los jerónimos una orden a la que estuvo vinculado don Gonzalo. Siendo joven, por su carácter de segundón había ingresado en San Jerónimo de Valparaíso, monasterio cordobés de dicha orden, enclavado en la falda de Sierra Morena y como a una legua de Córdoba. Poco después de haber llegado el propio prior lo instó a que se marchase porque Dios no lo había llamado para que recorriese aquel camino.

Enhorabuena al Instituto Andaluz de Patrimonio donde se han iniciado los trabajos para la restauración del cuadro 'El Gran Capitán entra triunfante en Nápoles', propiedad del Real Círculo de la Amistad para que la obra dedicada a este ilustre cordobés recupere todo su esplendor.