2. Olivencia desaparece a empellones y un pabellón ignífugo es pasto de las llamas

Por si no había quedado claro, en otra comparecencia, dejó caer: «Evidentemente desde La Palmera -avenida sevillana donde radicaba la sede del Comisario de la Exposición- no se podía llevar la Expo; seguro que no. En La Palmera se hacen otras cosas, dar conferencias, etcétera; pero no se lleva la Expo, la Expo se lleva desde la propia Expo».

Rehuía a los medios de comunicación, lo que convertía en misterioso todo lo que sucedía en la Isla de la Cartuja, en un momento en que buena parte de las copiosas inversiones en infraestructuras derribaban los muros que la apartaban de la ciudad. Este déficit de información generó todo tipo de susceptibilidades sobre los criterios empleados en la distribución del arsenal de fondos públicos en juego.

En las Navidades de 1991 una llamada telefónica personal de Aznar me propone que me encargue de modo especial del control parlamentario de la cuestión. Las cifras de mis intervenciones pasan a ser: 154 preguntas escritas (por 15 de IU), 60 solicitudes de información (por 2 de IU), 11 solicitudes de comparecencia en Comisión (por 2 de IU), 4 preguntas orales planteadas ante el Pleno, y otras 8 en Comisión (por 3 de IU).

Un acontecimiento inesperado romperá la rutina cotidiana de las obras. El 18 de febrero de 1992, meses antes de la inauguración de la Expo, se produce, en circunstancias no aclaradas, un notable incendio en el Pabellón de los Descubrimientos; uno de los cinco edificios emblemáticos de la muestra. Quedó completamente arrasado por las llamas, tras prolongarse el fuego durante más de tres horas, desde poco antes de las dos de la tarde.

Hubo comparecencias en el Congreso, a petición del Grupo Popular, a las que se uniría a la del consabido Pellón la del propio Ministro de Relaciones con las Cortes y de la Secretaría del Gobierno -Virgilio Zapatero- en un curioso mano a mano, fruto quizá del intento del ministro de contrapesar su torrencial y no siempre adecuado discurso.

El ministro tuvo buen cuidado en aclarar que la «obra estaba dotada de los sistemas de seguridad que son necesarios en el proceso de construcción de un edificio y, 'a sensu contrario', la obra no estaba dotada de aquellos sistemas de seguridad que son necesarios para dar la licencia de apertura al público y, por consiguiente, para entrar en funcionamiento».

La inoportuna insistencia de Pellón en ese asunto, a propósito del carácter ignífugo o no de los materiales utilizados, dio lugar a momentos surrealistas en el debate: «Ustedes hablan de materiales ignífugos; yo de eso no entiendo nada, señor Pellón, pero sentido común sí tengo. Usted dice que son materiales ignífugos homologados, pero que hay que tener en cuenta que estamos en la fase de construcción. ¿Pero, ignífugos no significa que no se queman? ¿Es que están programados de tal forma que si se está en fase de construcción se dejan quemar?». «Explíqueme esto, porque yo, que no soy técnico, no lo entiendo. O se queman o no se queman; si se queman, se queman cualquier día; y si no, no se queman. Punto. Explíqueme, por tanto, por qué se han quemado; lo demás es tomarle el pelo al personal, y ya está bien».