La niña fantasma del palacio que antes fue almacén de grano de Madrid

El Palacio había sido adquirido por el Ayuntamiento de Madrid en 1989. Y luego pasó a estar bajo la supervisión de la Sociedad Estatal del Quinto Centenario, junto al gobierno municipal y el de la Comunidad de Madrid. La noticia de la aparición de un fantasma en el recinto se convirtió en titular de los medios de comunicación y fue la serpiente de verano a la que se agarraron todos los programas de entretenimiento y algunos supuestamente más serios.

La historia lo tenía todo: presencias sobrenaturales, un lugar cerrado y poco conocido, historias escalofriantes sobre turbios pasados, incestos, emparedados, estremecedoras psicofonías y un vídeo de una presunta médium recorriendo, con ojos desorbitados, las oscuras habitaciones del palacio.

El cuento tenía hasta un apoyo científico: el de la doctora Carmen Sánchez de Castro, experta en psiquiatría y autora de un informe que realizó in situ en el palacio, con permiso municipal. Sus conclusiones hablaban de voces, extraños sucesos, puertas que se abrían solas y dinteles que un cuerpo humano no podía cruzar por efecto de fuerzas más allá de lo humano.

Se habló de que los guardias jurado que vigilaban el espacio, asustados por los gritos amenazadores y extraños sucesos, quisieron irse. Su empresa lo negaba dos días después, como también que se hubiera producido un disparo a una presunta sombra que atravesaba uno de los corredores del viejo caserón.

Luego llegaron las grabaciones: psicofonías en las que se escuchaba el sonido de un órgano, y voces que decían «Yo también estoy aquí», «Nunca oí decir mamá» o «Raimunda, Raimunda». Un nombre que se repetía y que fue el que le dieron al famoso fantasma del Palacio de Linares. La doctora Sánchez de Castro estudió fenómenos como el que se dio en el dormitorio de la marquesa, donde «todo se empezó a mover como si se tratara de un fenómeno sísmico». Y otra: «al entrar en la habitación contigua, salí despedida hacia atrás; era como si el viento me empujara».

Se desató la locura: los periodistas hacían guardia e intentaban colarse en el palacio para pasar la noche entre sus muros, invocando a los espíritus. Los madrileños se apasionaron por la historia y leían y escuchaban todo lo que tenía que ver con la historia. Y la mecha prendió en las imaginaciones más calenturientas: se dijo que lo que allí pasaba era fruto de una relación incestuosa entre el marqués de Linares y su esposa y, a la vez hermana: una cigarrera de la que se enamoró, hija de otra que había sido amante de su padre. Cuando éste se enteró de la elección de su hijo, murió de un infarto, decían. Pero antes le dio tiempo a escribir una carta en que le explicaba la trágica situación. La historia seguía hablando de bebés emparedados tras nacer, para ocultar la deshonra. Y de bulas papales para permitir a los hermanos mantener su matrimonio.

Pero todo este guion propio de un culebrón se fue desmoronando como un castillo de naipes. Ni la tecnificación de la investigación fantasmagórica -en la que se usaron infrarrojos y contadores Geiger- evitaron las suspicacias de los escépticos. Entre ellos, el vicepresidente de la Asociación Alternativa Racional a las Pseudociencias, Álvaro Fernández, que declaró que las psicofonías grabadas no eran más que «una mezcla de hábiles trucos».

En cuanto a la parte que narraba el origen de los fenómenos paranormales y la incestuosa unión de los marqueses, fue desmentido desde las páginas de ABC por el miembro de número de la Real Academia de la Lengua Torcuato Luca de Tena, que en un texto cargado de ironía lamentaba que en sus visitas al palacio pudo contemplar su fastuosa belleza pero «no tuve la suerte, que envidio en otros, de toparme con ninguno de los duendes atormentados de que habla la leyenda, que parece urdida, todo hay que decirlo, como una gigantesca patraña publicitaria».

Lamentaba Luca de Tena el escarnio sobre «el buen nombre de una familia» a la que caracterizaban un «derroche de obras de caridad, generosidad sin límites e innata bondad». Y aportaba pruebas: Doña Raimunda Osorio y Ortega era «de noble estirpe gallega», y no cigarrera; y ni hubo incesto ni niño emparedado.