Por primera vez, tres instituciones españolas -el Instituto Cervantes, la Real Academia y la Escuela Española de Historia y Arqueología- han unido esfuerzos en una muestra que no solo presenta un recorrido, sino que actúa como un espejo. Es el testimonio de cómo España ha dialogado con Roma a lo largo de los siglos y, a su vez, cómo Roma ha influido en la identidad cultural española.
La exposición toma como punto de partida la monumental obra de Elías Tormo y Monzó (1869-1957), 'Monumentos de españoles en Roma, y de portugueses e hispanoamericanos', publicada en Roma (1940) y Madrid (1942). Aquellos dos volúmenes constituyeron la primera gran síntesis sobre los rastros hispánicos en la capital italiana.
Tormo, humanista y catedrático, recorrió la ciudad con mirada de arqueólogo y sensibilidad de historiador del arte. Registró iglesias nacionales como Santiago y Montserrat, palacios vinculados a familias de la península, esculturas encargadas por reyes hispanos y hasta rincones menos conocidos como el Monte Testaccio o la vía Pedro Chacón en el Aventino. Su obra sigue siendo referencia imprescindible: un inventario que, ochenta años después, conserva frescura y utilidad.
La muestra actual no se limita a reeditar el catálogo de Tormo: lo dialoga con la mirada de hoy. Fotografías antiguas se yuxtaponen a imágenes contemporáneas, revelando transformaciones, abandonos y restauraciones. La Real Academia de España, en San Pietro in Montorio, cuyo célebre Templete (un encargo de los Reyes Católicos a Bramante tras la toma de Granada) se encuentra en su patio, es el singular escenario en el que se centra precisamente la figura del propio Tormo. Aquí vivió durante la Guerra Civil española y escribió parte de su obra bajo las sombras del conflicto.
El itinerario que la exposición dibuja es un mapa sorprendente. En la Plaza Navona, epicentro de la comunidad hispana desde finales del siglo XV, se levantaba la iglesia de Santiago de los Españoles, sostenida por legados de familias españolas. Allí se celebraban corridas, carnavales y procesiones que teñían de acento español el corazón de Roma.

Hoy, la iglesia nacional de España es Santa María de Montserrat, heredera de aquella tradición. En una de sus capillas están sepultados los pontífices españoles: Calixto III y su sobrino Alejandro VI. Su altar mayor sigue siendo símbolo del patronazgo de las coronas de Aragón y Castilla, que dejaron una profunda huella en la Roma barroca. Otros monumentos jalonan la ciudad con la huella hispana: la estatua de Felipe IV en Santa María la Mayor, fundida por Bernini y Lucenti; o la famosa escultura 'Éxtasis de Santa Teresa' de Bernini en Santa Maria della Vittoria, donde la mística abulense aparece inmortalizada como emblema de la espiritualidad barroca.
Corazón comercial
La exposición sirve también para recordar enclaves como el foro de Trajano, donde aún se lee la memoria de un emperador nacido en Hispania; o el propio Monte Testaccio, cargado de ánforas béticas que nutrieron la Roma imperial con aceite andaluz. El Testaccio se convirtió en un colosal vertedero de ánforas que testimonia el papel central del aceite bético en la economía romana.

Como recuerda el historiador Manuel Espadas Burgos, en su libro 'Buscando a España en Roma', el Testaccio y su entorno fueron un ambiente comercial, fiscal y administrativo del puerto fluvial del Tíber… convertido en testimonio muy patente de la presencia comercial hispana en Roma. Pero el Testaccio no fue solo un depósito: se convirtió también en un escenario festivo de gran repercusión.
Allí se celebraban carnavales populares donde los animales -toros, cerdos, cabras- eran sacrificados en ritos colectivos de purificación. El toro, símbolo de la virilidad, era alanceado por caballeros en presencia del Papa; el cerdo, símbolo de fecundidad, era sacrificado en medio de la efervescencia popular. Espadas señala que estos carnavales, que se mantuvieron hasta mediados del siglo XVI, pudieron ser presenciados por Cervantes durante su estancia en Roma en 1569. «Posiblemente alcanzó a presenciarlos o a conocer su fama durante su estancia en Roma», escribe Espadas Burgos en 'Buscando España en Roma', y recuerda cómo, en 'El licenciado Vidriera', Cervantes hace alusión al monte Testaccio.
Paisaje cultural vivo
Más allá de los objetos, lo que late en esta exposición es la idea de «paisaje cultural». Roma fue, durante siglos, destino predilecto de artistas, peregrinos, nobles y aventureros españoles. Aquí vivieron Cervantes, Quevedo y Alfonso XIII durante su exilio; aquí se formaron generaciones de arquitectos y pintores que llevaron a la península el espíritu del clasicismo y del Barroco.
La muestra insiste en esa doble corriente: la España que dejó su impronta en Roma, y la Roma que nutrió de inspiración a España. Una corriente que, como señalan los comisarios Paloma Martín-Esperanza, Gloria Mora y Antonio Duplá, explica buena parte de la historia cultural europea.
Roma no es un museo congelado: es una ciudad que sigue viviendo y resignificando sus capas históricas. Recorrer hoy la exposición es recorrer también una parte de nuestra identidad. Roma se revela, así, no solo como capital de Italia, sino también como escenario de la historia hispana. En el discurso inaugural, el embajador de España en Roma, Miguel Fernández-Palacios, subrayó la importancia de la exposición, afirmando que «Roma no se puede comprender sin la huella que ha dejado España».
Unas palabras que refuerzan la idea de que los lazos entre ambos países han sido inseparables desde hace siglos. Como recordó también el embajador, citando a Felipe VI en el viaje de Estado que realizaron los Reyes el pasado mes de diciembre a Roma, «Italia no se puede entender sin España, y España no se puede entender sin Italia». Unas palabras que reflejan la realidad histórica de unos vínculos profundamente enraizados.
La exposición 'Monumentos de españoles en Roma' ofrece, en definitiva, un viaje por una Roma que, en su universalidad, sigue siendo también española. Un paisaje cultural en el que resuenan voces de artistas, santos, reyes y ciudadanos que, a lo largo de los siglos, hicieron de la Ciudad Eterna también una ciudad nuestra.